El mono tití cabeciblanco es una especie que únicamente habita en la zona tropical del norte de Colombia. Ningún otro país del mundo tiene la fortuna de contar con este primate, tardíamente reconocido como un tesoro natural de nuestra región.
Cuando se habla de fauna endémica, tristemente su identificación suele venir acompañada del peligro que corren las especies por cuenta de la destrucción de hábitats, el crecimiento desmedido de las poblaciones humanas, y la falta de conciencia ambiental de comunidades y autoridades.
Por ello, la iniciativa de los gobernadores de Atlántico y Bolívar de establecer una zona común de preservación y conservación de estos animales en los límites de ambos departamentos, donde viven cerca de 8 mil individuos, es una noticia alentadora.
Por décadas, esta especie única el mundo estuvo abandonada a su suerte, hasta el punto de que en 18 años su población disminuyó en un 82%, un pecado ambiental que estuvo a punto de convertirse en tragedia. Pero, gracias el buen tino de los mandatarios Verano y Turbay, el destino de los monos tití cabeciblancos parece haberse llenado de esperanza.
La extinción de especies animales es una de las más crudas consecuencias del desarrollo mal concebido. Es natural que las regiones asuman sus procesos de crecimiento con entusiasmo y celeridad, pero es un hecho que la expansión de pobladores, el aumento de obras de infraestructura y transporte, y el uso de tierras vírgenes para satisfacer la demanda agrícola, terminan por acorralar a la fauna en zonas cada vez más pequeñas, lo cual termina con su desaparición.
La voluntad manifiesta de los gobiernos departamentales de convertir esta zona de bosque tropical, ubicada entre Barranquilla y Cartagena, en un santuario natural, que además cuenta con el apoyo del Gobierno nacional en cabeza de Julia Miranda, directora de Parques Naturales, evidencia un cambio de actitud por parte del Estado, en el sentido de buscar soluciones de desarrollo que no sacrifiquen el patrimonio ambiental.
Es necesario que este esfuerzo se concrete en lo jurídico, en lo financiero y en lo ambiental, para que esta región privilegiada pueda crecer de la mano de sus tesoros naturales, ofreciendo a las comunidades cercanas la posibilidad de desarrollarse haciendo un uso razonable de sus recursos.
Ahora, cuando están en boga las concreciones del posconflicto, debemos asumir entre todos la sensatez implicada en comprender que la consolidación de la paz no es posible sin un desarrollo sostenible, que no es otra cosa que crecer sin sacrificar el entorno.
Estaremos pendientes de que se consolide la zona de preservación y conservación del mono tití cabeciblanco, lo que puede convertirse en el primer paso para que el Caribe sea el líder mundial en procesos de desarrollo económico, humano y ambiental.