
Gabriela Andrea Romero Cabarcas tenía 18 años y era aprendiz del Sena. Como para otras miles de jóvenes, la vida no era fácil. Su mamá no conseguía empleo, por lo que ella buscaba con desespero un trabajo que le permitiera continuar sus estudios de Gestión Empresarial y, al tiempo, colaborar con los gastos de su casa.
Ese era su objetivo cuando decidió reunirse con el expolicía Levith Rúa Rodríguez, el 24 de noviembre en un centro comercial de la avenida Circunvalar con Murillo. Las investigaciones indican que la había contactado por Facebook y, por medio de engaños, la convenció de que tenía un trabajo para ella.
Fue el peor error que pudo cometer Gabriela en su corta vida. Lo que siguió después ya es por todos conocido y no hace falta entrar en detalles: Rúa Ródríguez llevó a la joven a una trocha de Malambo, por la Sexta Entrada, y desde ese día se le perdió el rastro. Sus restos fueron hallados el viernes en medio de la maleza.
Por sus características macabras, la historia de Gabriela ha adquirido relevancia nacional. Hoy los ojos del país se posan sobre esa humilde casa del barrio Vista Hermosa, en Soledad, de donde partió una mañana para jamás regresar. Pero su vida no es distinta a la de decenas, cientos, miles de jóvenes que han corrido la misma o similar suerte. Basta leer los comentarios de los habitantes de la zona cercana a la trocha donde fue encontrado el cuerpo para comprender que se trata de un “motel a cielo abierto”. Algunas mujeres llegan al lugar por su voluntad, pero otras, como la estudiante del Sena, son llevadas a la fuerza y abusadas sexualmente. Unas logran escapar, como la venezolana que denunció a Levith Rúa y permitió que se descubriera su prontuario de violaciones, pero Gabriela no tuvo esa suerte.
El mejor homenaje a esta joven es que su asesinato no quede impune ni se pierda en el vaivén noticioso de un país tan convulsionado como el nuestro. Además de la condena ejemplar que tiene que recibir el responsable, su caso, sumado a otros, debe sentar las bases para que las agresiones a las mujeres cada vez sean más duramente castigadas. Está en manos de la justicia que personas como Levith Rúa Rodríguez, que ya había pagado seis años de cárcel por una violación, no regresen a las calles en tan corto tiempo.
Nada podrá hacer que Gabriela vuelva a su casa o reciba otra vez el abrazo de su madre. Pero el recuerdo de esta joven, dueña de un talento especial para el dibujo y las manualidades, debe mantenerse como una bandera contra los ataques a las mujeres en un país enseñado a maltratarlas.
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