Editorial

Y ahora, incendios forestales y sequía

Resulta irresponsable echarle la culpa al cambio climático de la incompetencia, improvisación o mala gestión de gobiernos. Mucho de lo que ocurre, no siempre fácil de explicar, es el resultado de decisiones o estrategias equivocadas de manejo del entorno natural que, en ningún caso, debemos repetir. Aún estamos a tiempo. Manos a la obra.

Centenares de incendios forestales en la región Andina y la Orinoquía anticipan un intenso periodo de emergencias por cuenta del fenómeno de El Niño, del cual se habla cada vez con más insistencia. Actuar a tiempo; pero, sobre todo, estar preparados y prevenir riesgos son las claves para evitar que esta amenaza, que forma parte de la nueva realidad climática, pase a mayores. En especial, en los casi 300 municipios declarados en alerta roja por el Ideam. Algunos de ellos ubicados en Bolívar, Cesar, Córdoba, La Guajira y Magdalena, mientras que en Atlántico, Manatí se encuentra con vigilancia amarilla y los bomberos del departamento han reportado unos 10 incendios de cobertura vegetal en Ponedera, Luruaco, Polonuevo y Sabanalarga, en lo que va del año. Impensable bajar la guardia, cuando se prevé una inminente situación de sequía que augura meses complejos, en especial a partir del segundo semestre.  

Causa perplejidad por decir lo menos que en cuestión de semanas las condiciones climáticas en las distintas regiones del territorio nacional variaran de manera tan drástica. Aún sin superar el impacto ambiental, social y económico, resultado de las catastróficas inundaciones, crecientes súbitas, deslizamientos de tierra o remociones en masa de la durísima temporada invernal, las autoridades regionales trabajan ya contrarreloj, en algunos casos con limitados recursos, para activar sus sistemas de gestión del riesgo ante la escasez de lluvias y el déficit de líquido en los cuerpos de agua, en tanto ponen en marcha los protocolos de atención de incendios forestales.

El ambiente seco y el calor intenso, en particular en las horas centrales del día, han empezado a desatar fuegos dispersos en zonas de concentración de grandes masas de vegetación o de pasto abandonado, biomasa muerta la llaman los expertos que por su densidad actúa como un combustible vigoroso que acelera las llamas, dificultando su control y extinción. El problema se agrava cuando en medio de circunstancias críticas como las actuales se detectan cuestionables prácticas, como precisan los bomberos de Sabanalarga. Por un lado, quemas para preparar la tierra para los cultivos y, por otro, actuaciones intencionales de quienes buscan causar daño a los propietarios de fincas. Sería oportuno que la Policía o la misma Fiscalía se interesaran en conocer la realidad de estos señalamientos, antes de que el asunto escale.

Esta primera ola de incendios relacionada directamente con la reducción de las lluvias debe acelerar la preparación de planes de contingencia, tanto del Gobierno nacional como de los locales, antes de que se consolide El Niño. Apremia fortalecer capacidades para enfrentar eventuales restricciones de agua que intensificarían el estrés hídrico soportado por millones de personas en el país. El nuevo contexto climático exige construir o afianzar una cultura de conciencia ambiental para no realizar fogatas, arrojar vidrios ni latas en zonas verdes, tampoco colillas de cigarrillos o quemar basura, en particular en estos momentos. Con frecuencia, estos asuntos cotidianos, naturalizados en comunidades urbanas o rurales, desencadenan tragedias prevenibles. Lo que se avecina en el horizonte, aún distante para muchos, no solo se refiere a una lucha contra el fuego, labor extenuante, además de estratégica, que requerirá reforzar el talento humano encargado de hacerlo y sus medios de extinción. También las posibles emergencias demandarán interés, colaboración y responsabilidad ciudadana para superarlas cuanto antes, sin consecuencias fatales. En el fondo, por los mayores riesgos que corremos debido a fenómenos climáticos mucho más extremos y frecuentes, se hace imprescindible abrir el debate en procura de mejorar la gestión forestal, el ordenamiento territorial alrededor del agua o la eficiencia del recurso hídrico. Resulta irresponsable echarle la culpa al cambio climático de la incompetencia, improvisación o mala gestión de gobiernos. Mucho de lo que ocurre, no siempre fácil de explicar, es el resultado de decisiones o estrategias equivocadas de manejo del entorno natural que, en ningún caso, debemos repetir. Aún estamos a tiempo. Manos a la obra.

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