Este 2025, que entró ya en su cuenta regresiva, consagró a Shakira no solo como una de las estrellas del pop latino más relevantes a nivel global, también la ratificó como un fenómeno musical, cultural e intergeneracional que sigue marcando época. Y esto no va únicamente de buenas canciones, que ella las tiene de sobra.

En cada uno de los atiborrados escenarios donde fue ovacionada hasta el paroxismo del frenesí, millones de almas recibieron de la artista barranquillera un mensaje claro, poderoso y profundamente inspirador: después de cada caída es posible volver a empezar con más fuerza y ganas.

Dicho de una forma más pragmática, las mujeres ya no lloran, sino que se levantan, crean, lideran y facturan. Y en ese camino, Shakira le mostró al mundo —y a su Barranquilla— de qué está hecha una loba.

Ahora lo sabemos con total certeza: de fortaleza femenina, resiliencia y dignidad frente a la adversidad. Shakira reinó en el 2025, año de su gran renacer artístico y personal, desde ese triunfante lugar reservado únicamente para quienes han sabido caer, resistir y reinventarse.

Su histórica gira —Las mujeres ya no lloran world tour—, la más exitosa de este año entre los artistas latinos, rompió récords de taquilla y asistencia con más de 3,8 millones de espectadores en América, 780 mil de ellos solo en México.

Fueron conciertos inolvidables, en los que confirmó que sus canciones, antológicos himnos que actúan como potentes cataclismos emocionales, son la expresión genuina de su relato autobiográfico, pero sobre todo son las piezas del colosal rompecabezas afectivo o anímico de quienes la han seguido durante más de tres décadas de carrera. No extraña que agote entradas con tanta facilidad.

Su apoteósica puesta en escena, un recorrido magistral en el que se unieron la niña de los pies descalzos, la estrella global y la madre que transformó el dolor en creación, también fue una demostración de disciplina, pasión y verdad. De Antología a Soltera, o lo que es lo mismo, de la nostalgia a la reinvención, Shakira se reveló más fuerte, más libre y más dueña de su historia. Indudablemente, la energía indómita con la que retornó a los escenarios le sienta de maravilla, porque su vuelta es más que un simple regreso, es una afirmación vital.

En Colombia, su paso por Bogotá, Medellín, Cali y, claro, por Barranquilla fue un hito sin precedentes que proyectó al país —y especialmente a su terruño— ante los ojos del mundo. Curramba, corazón simbólico del viaje de su hija más ilustre, se emocionó al verla triunfar. En el Metropolitano y ante decenas de miles de sus coterráneos, durante dos noches mágicas que estremecieron al Coloso de la Ciudadela, corroboró que nunca se fue del todo.

Cantando en casa, frente a su familia, recordó el valor de honrar los orígenes como parte sustancial del éxito. Su conexión con la Arenosa es genuina e inquebrantable. En su gira, Shakira le volvió a decir al planeta que en esta mágica esquina del Caribe se baila así, se sueña en colores y las caderas nunca mienten. Es significativo e imponderable que 20 años después del estreno de ‘Hips Don’t Lie’ la artista siga reforzando la identidad cultural de su ciudad natal, que se reconoce en su música, su autenticidad y manera de habitar el mundo.

Por donde se mire, Shakira fue una de las ganadoras de 2025: una gira exitosa, nuevos reconocimientos y cifras memorables en el universo digital, como que sus composiciones acumulan más de 6.100 millones de reproducciones globales o por ser la primera mujer en registrar canciones con más de 100 millones de reproducciones en cuatro décadas distintas.

¡Nadie puede negar que es una figura arrolladora e increíble! Al igual que su coherente mensaje de superación, autonomía y madurez que trascendió lo musical para convertirse en bandera de empoderamiento femenino. Shakira rompió el molde de que a una mujer la definen sus rupturas. Lo suyo ha sido una lección de perseverancia, orgullo y amor propio, bien aprendida por su fiel manada que crece sin parar.

¿Quién dijo miedo? Sépanlo de una vez: esta barranquillera universal, que supo reconstruirse por sí sola, no conoce límites de tiempo ni de espacio; está hecha para trascender, así que nadie se atreva a pedirle que pare.