El conflicto abierto entre Estados Unidos y Venezuela se recrudece a distintas escalas. En los últimos días ha entrado en una fase de mayor tensión e incertidumbre por dos hechos que se entrecruzan y que serán debatidos este martes en una sesión urgente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas convocada por el régimen de Caracas que se sabe cercado.
Por un lado está el “bloqueo total” de los buques petroleros sancionados por Washington que entran y salen de su territorio, ordenado por Trump contra la industria ilegal de la conocida flota “fantasma” en la que se transporta el crudo venezolano. Una cacería que se intensificó el fin de semana con la incautación de un segundo tanquero y la persecución, en aguas del Caribe, de un tercero que se opuso a ser intervenido. Con el impresionante despliegue naval de EE. UU. frente a las costas venezolanas es temerario tratar de evadirse.
Y, por el otro lado, resuena nuevamente la disparatada idea de una intervención armada que el mandatario amplifica cada vez que pretende elevar su amenazante retórica contra Caracas. ¿Será otra exageración grosera del huracán Trump o el magnate se saldrá con la suya y arrastrará a todo nuestro vecindario a una impensable guerra? Ningún escenario es gratuito. La realidad es que, con el telón de fondo del bloqueo petrolero y de los ataques contra las supuestas ‘narcolanchas’, que suman ya más de un centenar de muertos, sin que aún se compruebe la legalidad de esas acciones, los interrogantes o dudas sobre lo que se ‘cocina’ en la Casa Blanca crecen a diario en un país en el que la desesperanza es la constante.
Aunque las Fuerzas Armadas de Venezuela han sido un sostén del poder político desde la era Chávez, y aún se mantienen cohesionadas bajo el mando de Vladimir Padrino López, la asimetría de sus capacidades respecto a las de Estados Unidos las sentencia a una derrota. En todo caso, por los elevados costos e imprevisibles consecuencias de una invasión terrestre, el bloqueo petrolero sería el mecanismo de asfixia elegido por Trump para debilitar al ilegítimo régimen de Maduro, al que graduó —nada más y nada menos— de organización terrorista extranjera. ¿Designación con la que tapiza el camino de una guerra?
Si meses atrás Washington justificaba su operación militar contra el narcotráfico por los vínculos de Miraflores con redes criminales y terroristas, ahora lo hace bajo el argumento de que Caracas financia sus actividades ilícitas con el crudo extraído de “yacimientos robados”. Trump apuesta por recuperar derechos energéticos que considera arrebatados y confirma que el control del petróleo, gas y minerales estarían en el centro de esta disputa.
Mientras Washington y Caracas alimentan el espectáculo del bloqueo petrolero, millones de venezolanos anticipan un escenario de máxima precariedad socioeconómica debido a la inminente contracción del principal ingreso del país que podría caer hasta un 60 %. Sus eventuales efectos serían dramáticos: fuerte caída de las divisas que sostienen el gasto público, nuevas presiones sobre el tipo de cambio, escasez de combustibles y un deterioro adicional del poder adquisitivo en una economía marcada por la informalidad y la huida de una tercera parte de sus habitantes. No cabe duda de que están atrapados en medio de un conflicto geopolítico que les es ajeno y se libra por encima de sus necesidades más urgentes.
El régimen responde con un discurso de denuncia, califica el bloqueo como un acto de piratería y colonialismo y lo eleva al Consejo de Seguridad de la ONU. Un debate que se dará en un contexto regional distinto al de años recientes. Seis países de América Latina —entre ellos Argentina, Ecuador y Bolivia— piden el restablecimiento del orden democrático en Venezuela, un pronunciamiento impensable bajo los otrora gobiernos de Kirchner, Correa y Morales, hoy reemplazados por administraciones de derecha, distanciadas del chavismo.
Venezuela está hoy más aislada, su horizonte se estrecha. Sin embargo, ninguna presión externa garantiza por sí sola una salida democrática a su tragedia. Menos, si contempla una guerra. Así las cosas, lo más probable por ahora es que el nuevo libreto de Trump acelere la pauperización de una nación en ruinas, exhausta, sin provocar cambios reales en el poder.







