Cuatro meses han pasado desde aquella fatídica madrugada que partió en dos la vida del conjunto residencial Flores del Recreo. Ha sido un tiempo ciertamente difícil que no alcanza para cerrar sus heridas, pero sí para revelar la fortaleza de una comunidad aguerrida que con determinación se levanta, día tras día, entre cenizas visibles e invisibles.
En los pasillos que aún conservan el olor a humo y en las paredes donde persiste la sombra negra del incendio, el silencio se ha vuelto un compañero constante, también un recordatorio de lo frágil que puede ser la vida cuando el fuego irrumpe de la nada, mientras todos descansan.
Como pudo comprobar EL HERALDO, dos torres han vuelto a llenarse de voces, de rutinas, de niños que intentan retomar su vida antes de la conflagración. Otras siguen vacías, como la torre A, epicentro del siniestro, en la que el acceso está restringido. Allí, donde las llamas cobraron la vida de cinco vecinos —Jhonny Espitia Jiménez, Giovanna Rodríguez Plazas, Wilson Mandón Castro, Kira Molina Romero y Lina Zuluaga Henao—, permanece la cicatriz más profunda, esa que no se ve pero que palpita en cada habitante del conjunto. Porque aunque muchas familias han retornado a su hogar, la normalidad aún está lejos de ser plena.
Y es que la zozobra no se fue con los lavados del sótano ni con la instalación del nuevo cableado eléctrico. El temor continúa alojado en el pecho que se acelera cada noche, como le ocurre a Rafael López. Permanece en la voz entrecortada de Lisa Rico, quien debió correr escaleras abajo estando recién parida hasta dejar atrás la calma y la seguridad de su propio hogar. Persiste en las miradas de quienes buscan, sin hallar, una explicación de lo sucedido.
Justo en ello radica su mayor desconcierto. A estas alturas, aún no se sabe qué provocó el incendio. Dos estudios, una causa hipotética, entre ellos un sobrecalentamiento en el cableado eléctrico que no se logró confirmar, a ciencia cierta.
Para una comunidad que perdió tanto, no tener claridad sobre lo sucedido resulta otra forma de prolongar su duelo. Lo mínimo que merecen es la verdad para comprender, sanar y, sobre todo, para prevenir. Pero incluso en su perplejidad, Flores del Recreo ha mostrado una inmensa capacidad de reconstruirse. El conjunto está inmerso en un arduo proceso de restitución de servicios, reparaciones en áreas afectadas y, afortunadamente, obras financiadas con recursos asegurados, después de una estela de daños que suma, al menos, $2.300 millones.
Vecinos que, esa madrugada de julio, se graduaron de improvisados héroes, hoy continúan unidos para rehabilitar su entorno, luego de decidir que, pese a su gran tristeza, no iban a rendirse.
Sin embargo, lo que les pasó no puede quedar confinado en los muros del conjunto. Debe transformarse en aprendizaje para que el fuego que tanto destruyó, también sea lección e ilumine una hoja de ruta a seguir en Barranquilla. Para las autoridades que deben orientar medidas correctivas y fortalecer prevención en espacios similares. Para los constructores que tienen la responsabilidad de garantizarles condiciones seguras. Y para los ciudadanos, que deben asumir la prevención como un acto cotidiano. No como un asunto que fastidia.
La tragedia de Flores del Recreo debe impulsar una revisión rigurosa de protocolos, sistemas eléctricos o planes de emergencia y evacuación. ¿Alguien lo hace? La mayor responsabilidad institucional sería actuar con coherencia para prevenir que dolorosos episodios como este se repitan.
A las familias afectadas, toda la solidaridad y nuestro compromiso por mantener activa la búsqueda de la verdad porque esa es la mejor forma de rendir homenaje a quienes perdieron la vida y a quienes, bajo circunstancias tan adversas, intentan recuperar las suyas.







