Pasadas 48 horas desde el estallido de la peor crisis de la era Petro-Trump, las relaciones bilaterales se encuentran al borde del abismo. La gravedad del actual momento no debe subestimarse. Acusar a un presidente en ejercicio de ser “un líder del narcotráfico”, como hizo el mandatario estadounidense sin pruebas ni evidencias no puede consentirse como una declaración retórica o un mensaje demagógico, sino como lo que es: una afrenta directa que rompe el principio de mutuo respeto que debe prevalecer entre dos Estados soberanos.

Es lamentable constatar cómo la confrontación pública y personal de estos dos gobernantes con estilos beligerantes —cada uno más que el otro— ha ido escalando hasta el intercambio de insultos. Sus provocaciones, sobre todo las del lado colombiano, terminaron por sustituir la diplomacia institucional hasta adentrarse en el farragoso terreno de las descalificaciones.

Lo que antes era una alianza estratégica basada en cooperación en la lucha antinarcóticos, comercio e intereses compartidos, a día de hoy se tambalea bajo el peso de acusaciones cruzadas, decisiones unilaterales y un vacío de canales diplomáticos. Esta crisis, la tercera desde el inicio del segundo mandato de Trump, podría convertirse en un riesgo real para la estabilidad socioeconómica y la seguridad nacional, incluso con consecuencias irreversibles.

En su habitual tono altisonante, Trump anunció, por un lado, la imposición de aranceles y, por el otro, la suspensión de la ayuda financiera al país. Si se concretan sería, a todas luces, un castigo colectivo para los colombianos, no tanto para el gobierno Petro que va de salida. Aunque cabe esperar que, fiel a su talante populista, manipule la crisis con fines electoreros.

En el plano comercial, sectores claves de la economía: café, flores, banano o textiles, solo por citar algunos, se verían afectados por las medidas punitivas que podrían dejar a la deriva a miles de empresarios y de familias por la pérdida de empleos. El impacto sería inmediato y severo para las cadenas de producción y exportación. Eso para empezar. Así no le guste a muchos, Estados Unidos es nuestro principal socio comercial, el primer país inversionista extranjero, de donde proceden los mayores ingresos de remesas y turistas internacionales.

Pero más allá del comercio, está el costo de perder fondos cercanos a los 400 millones de dólares anuales en cooperación antidrogas. La asistencia financiera y técnica de Washington ha sido esencial para mantener operaciones de interdicción, erradicación y fortalecimiento institucional. Su retiro, a estas alturas, equivale a entregarle en bandeja de plata al crimen organizado regiones que ya están en sus manos o en disputa con otras estructuras ilegales que se encuentran en plena expansión. Indudablemente, por la fallida política de paz total.

Estados Unidos y Colombia deben entender que declararse la guerra le otorga una victoria estratégica a las mafias y, en particular, a nuestra nación la hace en extremo vulnerable. Además, sería una bofetada a los miembros de nuestra Fuerza Pública que luchan a diario contra este flagelo, aún a costa de sus propias vidas y una decisión contraproducente para la cruzada de Washington de combatir el narcotráfico, siendo el gran consumidor global.

Desde la posesión de Trump, Petro eligió la vía del enfrentamiento público para señalar sus diferencias ideológicas: el bloqueo de vuelos de los deportados, el genocidio en Gaza, el desacuerdo en el enfoque sobre la lucha antidrogas —por la que fuimos descertificados— y ahora la ofensiva naval en aguas del Caribe. Si bien los recurrentes desafíos del jefe de Estado pueden satisfacer pulsiones políticas internas y reforzar su narrativa de soberanía y autodeterminación con los suyos, se arriesga a aislar al país en un momento en que necesita interlocución y no peleas, para convertir los disensos en negociaciones, en vez de rupturas.

No perdamos más tiempo en disertaciones inanes. Urge restaurar la diplomacia, retornar el manejo de la relación bilateral a los canales institucionales y detener el peligroso desvío del conflicto Petro vs. Trump. Colombia no puede seguir jugando a la política exterior de la cuenta de X del presidente ni caer en la trampa del relato antiimperialista que no sustituye la realidad de una estrecha interdependencia económica y estratégica con Estados Unidos.

Hoy más que nunca se requiere de liderazgo, moderación y visión de Estado. De qué sirve denunciar el intervencionismo de Washington e invocar la soberanía nacional cuando no se actúa con responsabilidad ni inteligencia. Esta crisis exige menos ego, vanidad y soberbia y más Estado. De lo contrario, Colombia se arriesga no solo a un aislamiento internacional, sino a perder la estabilidad económica y geopolítica que nos ha costado décadas construir.