El del liderazgo político deficiente en la lucha contra las drogas, en vez de intentar restaurar la vía de la lesionada confianza con Estados Unidos, está decidido a destruirla por completo.
Petro juega con candela. O lo que es lo mismo, con cartas marcadas en clave electoral, porque todo lo calcula en modo campaña. Su pendenciero discurso post descertificación, en el que se explayó en su incendiaria prosa populista contra el inquilino de la Casa Blanca, puso el foco en una medida que calificó de “injusticia” e “insulto” contra Colombia y contra él mismo –nunca falta citarse en primera persona–, para a renglón seguido estallar toda su universal frustración contra su homólogo. A la postre, su antípoda ideológica por excelencia.
En su elegía por la descertificación, un batiburrillo de narcisismo, victimismo, desprecio por la diplomacia e información inexacta, Petro, autoproclamado como benefactor de Trump, le advierte sobre sus vecinos en Miami que provienen, a su juicio, de “una alianza entre narcotraficantes y políticos colombianos”. Lo convoca a “cambiar”, a “corregir sus políticas” en la lucha antinarcóticos para finalmente lanzarle, como lo consigna el manual de todo camorrero, una desafiante invitación a no amenazarlo, en tanto le dice que “aquí lo espera”.
Pero en su álgida recriminación, ni una sola palabra en tono propositivo para encauzar la relación bilateral deteriorada por recurrentes choques o agravios de lado y lado. Ni mucho menos para consensuar una hoja de ruta viable, con metas claras y verificables sobre erradicación de cultivos ilícitos, reducción de producción y tráfico de cocaína y cooperación judicial, en particular extradiciones. Tampoco hubo referencias explícitas a las poderosas estructuras criminales, buena parte de ellas enlistadas en su fallida paz total, que aparecen detrás de este lucrativo negocio ilegal que creció a niveles récord durante los últimos años.
Tanto en la forma como en el fondo, salta a la vista que nadie debe esperar, al menos en lo que resta del actual Gobierno, acercamientos con Estados Unidos para revisar compromisos no alcanzados en la estrategia de cooperación antidrogas. Por el contrario, la orden de Petro para que la erradicación de cultivos de coca sea únicamente voluntaria, descartando de plano la forzosa, hará aún más difícil que salgamos en el próximo año de la lista de países descertificados, en la que compartimos descrédito con Afganistán, Birmania o Venezuela.
En su negación de los hechos o en su verdad alterna, el jefe de Estado nos mete en el falso dilema de la erradicación forzada versus la erradicación voluntaria, que –según él– equivalen a una sentencia de muerte para los integrantes de la fuerza pública versus cero asesinatos.
Esta es una tan larga como dolorosa batalla que Colombia ha dado desde hace décadas con un altísimo costo en vidas que nadie puede ni debe desconocer. El primero, Estados Unidos. Reducirla a una visión maniquea de bueno o malo no solo es simplista, es que no supera la insufrible realidad de territorios vulnerables, inundados de coca, sometidos a la gobernanza criminal de grupos armados ilegales que se han empoderado a tal grado que ya controlan todos los eslabones de la cadena del narcotráfico y de las otras economías o rentas ilícitas.
La que tenemos por delante es una carrera contra reloj de un año para preservar la cooperación bilateral, pero sobre todo de resistencia, porque aunque el Gobierno está de salida, aún puede causar un verdadero estropicio, difícil de reparar en el corto tiempo. Nada más cierto que estamos en una “encrucijada”, como señala el jefe de la misión diplomática de Estados Unidos, John McNamara, quien además anticipa que “el camino que elijamos, juntos o por separado, tendrá profundas consecuencias para ambos países”.
Los desafíos de la relación bilateral son evidentes. Pero para superarlos, como para bailar, se necesitan dos y Colombia, hoy con dos pies izquierdos, se niega a dar un paso. De todos modos, bien sea por razones políticas, bien porque Bogotá no hace las tareas acordadas con su aliado histórico, Washington no se quedará de brazos cruzados. Es posible que presione por resultados con sus herramientas de siempre. Una de ellas, retirarle visas a funcionarios.
La asistencia a la Policía y al Ejército, a los que Estados Unidos considera socios dispuestos, no se alterará. No, por ahora. Es clave que se refuercen los buenos oficios de quienes se mueven en los entretelones de la relación bilateral: exembajadores, gremios y clase política. Lo que hagan o lo que pase en los próximos meses será munición política para Petro, que en su retirada le puede hacer un enorme daño al país. Sobre el terreno minado que pisamos, no está de más preguntarle al mandatario, como lo hizo el señor McNamara: “¿Si estará en la misa o en la procesión?” Porque por sus herejías, los dolorosos se nos pueden hacer eternos.