Petro se siente cómodo señalando con su dedo inquisidor a quienes considera –a la luz de su descomunal petulancia– como los grandes responsables de los males de la nación que él, en sus más de tres años de Gobierno, no ha sido capaz de solventar. Más bien, todo lo contrario. Sus salidas populistas, carentes de inteligencia, coherencia o sentido común, han intensificado sus ruinosos efectos en la vida de la gente. Muestra de ello es el despiporre del Icetex, al que ahora le quiere dar un entierro de tercera, al desfinanciarlo por completo.
La ramplonería con la que ha gobernado, para lo único que ha servido es para intoxicar, desestabilizar y polarizar aún más al país. Lo suyo ha sido fomentar un quiebre entre los colombianos, jactándose de un autoritarismo demagógico que ha pervertido la democracia.
En su cotidiano abuso del excesivo presidencialismo de Colombia, legitima –sin pudor– sus justicieras diatribas contra los sectores de sus desafectos. Sin vergüenza alguna, usa cifras inexactas o falsas; erra datos, palabras o conceptos; elabora irresponsables ejercicios de revisionismo histórico y, en el colmo del ridículo, apela a absurdos análisis gramaticales. Difícil, más insensatez, imprudencia, irreflexión, impertinencia e incapacidad en su gestión. A estas alturas, es evidente que ninguno de estos valores, sin la letra i, claro, en consonancia con la hilarante teoría del jefe de Estado -que habla de quitar la i de ilícito para que algo se vuelva lícito- hace parte de su manual de gobierno o de liderazgo. Tampoco aparecen la vergüenza, ni la mesura y, mucho menos, el debido respeto por las mujeres. En esta última cuestión, Petro ha sido particularmente despectivo. Sus desafortunados como recurrentes mensajes en los consejos de ministros, las actitudes desobligantes con subalternas y sus comportamientos sexistas retratan el perfil clásico del machista que incurre en violencias.
La más reciente pifia de Petro, el misógino, ocurrió en Timbío, Cauca, donde el mandatario se refirió a la directora del Programa Nacional Integral de Sustitución de Cultivos de Uso Ilícito (PNIS), Gloria Miranda. En tono socarrón, durante el acto público, aseguró: “Las funcionarias del Gobierno del cambio son hermosas. Gloria, como todas las ministras y funcionarias del Gobierno del cambio, son hermosas. Entonces, cada vez que se me acercan, los periodistas chismosos escriben que son novias mías, ¿Qué tal?”. Para luego, rematar: “resulta que se acaba de casar hace un mes, así que la perdimos. La ganamos para el país”.
Cada detalle del reprochable momento, la sofocante cercanía física de Petro con la incómoda funcionaria, a la que le pasó el brazo por la espalda y le puso la mano en el hombro; sus invasivos comentarios sobre su vida privada y las patéticas carcajadas, en especial de mujeres que normalizaron la vergonzosa situación, constituyó una expresión de violencia simbólica. No es halago, presidente. Se equivoca una vez más, irremediablemente.
Es acoso sexual, una forma de poder y dominación que tiene como trasfondo mecanismos sociales y culturales que les han hecho a las mujeres un enorme daño, pese a que no sea en sí mismo un abuso de fuerza. La intolerable aproximación de Petro, desde la relevancia de su preponderante cargo hacia una subordinada, legitima en el imaginario colectivo las relaciones de desigualdad y exclusión. Tanto es así que quienes lo observaban complacidos no solo toleraron su inapropiada conducta, sino que la celebraron como si fuera tan natural. Pues no, no lo es. Y en su posición, el presidente está llamado a hacer esfuerzos adicionales para impedir que ese tipo de mensajes de violencia de género se interioricen y reproduzcan.
Por su irreductible narcisismo o pretendido complejo de superioridad, Petro no sabe lo que es ofrecer excusas ni pedir perdón. Pero por mí que no quede. Las periodistas, a las que nos llamó “muñecas de la mafia”, aún le exigimos que lo haga. Es una pena que muchas feministas aceptaran correr sus líneas éticas para validar las misóginas majaderías de su mesías. Otras admiten su decepción por haber sido usadas por un oportunista de feminismo electoral efímero, a quien le dieron un voto de confianza en las urnas, convencidas de que su promesa de cambio era real. Son ellas las que cuestionan que le entregara el ministerio de Igualdad a Juan Florián, la autodenominada “ministra” con pene, de género fluido, que viola la norma de paridad de género en el gabinete, escudándose en la identidad de género. Nombramiento que, por cierto, acaba de ser suspendido provisionalmente por un tribunal.
En Colombia, donde feminicidios y otros casos de violencias de género crecen sin parar, lo que menos necesitan las mujeres que sufren una endémica desigualdad estructural es que la máxima autoridad de su país exhiba conductas acosadoras en un espacio colmado de jerarquías de poder. Presidente, en vista de sus nulas acciones para remediar el clasismo, racismo y machismo que acorralan a niñas y mujeres, por lo menos intente no degradarlas.