Tristemente, el asesinato del líder conservador Charlie Kirk se suma a los episodios de violencia armada en Estados Unidos, que a su vez vienen dejando una estela de dolor y radicalizaciones en el ya fracturado país, y que obligan no solo a pensar en la implementación de medidas más efectivas para proteger a las orillas políticas, sino también a hacer un análisis de por qué la nación no ha logrado hacerle frente a este tipo de episodios, pues su historia ha demostrado que se siguen repitiendo.

A principios de este 2025, dos legisladores estatales demócratas de Minnesota fueron baleados en sus propios hogares; uno de ellos murió por cuenta de las heridas. En 2024, el mismo Donald Trump fue blanco de dos intentos de asesinato, uno de estos precisamente al aire libre durante un mitin en Butler, Pensilvania.

Así mismo, en octubre de 2022 un asaltante armado con un martillo irrumpió en la casa de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. Y en 2017, un hombre decidió abrir fuego contra varios congresistas republicanos que practicaban en un campo de béisbol del norte de Virginia.

Por supuesto que lo anterior también obliga a recordar el magnicidio de John F. Kennedy el viernes 22 de noviembre de 1963, cuando fue herido mortalmente a disparos mientras se transportaba en un vehículo presidencial en la plaza Dealey, convirtiéndose así en el cuarto presidente de Estados Unidos en ser asesinado en el cargo (anteriormente lo fueron Abraham Lincoln, en 1865; James A. Garfield, en 1881 y William McKinley, en 1901).

Así las cosas, la violencia ha venido generando más violencia, y si bien todos y cada uno de los asesinatos e intentos por lograrlo deben ser repudiados, también están quienes ponen sobre la mesa la evidente realidad sobre el control de armas en el país norteamericano, donde, según un estudio del Instituto Gallup, casi la mitad de los hogares de Estados Unidos, un 44%, tiene una o varias armas. Otras organizaciones calculan que hay 500 millones de armas entre los civiles en un país de 340 millones de habitantes. De esas millones de armas, solo unas seis millones están debidamente registradas y, por lo tanto, se sabe quién las tiene. ¿Cómo es posible esto en un país cuyos principios fundamentales son la soberanía popular, el gobierno limitado, la separación de poderes, los controles y equilibrios, la revisión judicial y el federalismo?

En ese escenario, no en vano se han unido varios líderes demócratas y republicanos para pedir a las cabezas políticas moderación en sus discursos, pues el mismo presidente Trump no tardó la semana pasada en culpar a la “izquierda radical” de lo sucedido con Kirk. En su discurso, repasó algunos de los recientes casos de violencia política –dirigidos contra conservadores– y afirmó que su gobierno encontraría a “todos y cada uno de los que contribuyeron a esta atrocidad y a otros actos de violencia política”.

Ciertamente, su posición fue bien recibida por conservadores y ultraconservadores, pero muchos otros también insisten en que el camino es condenar la violencia, venga de donde venga, y acto seguido promover la moderación de la retórica política, que puede desencadenar el aumento de estos repudiables hechos, teniendo en cuenta que al país se le salió de las manos la regulación de armas.

No obstante, los mismos espacios que debieran ser de debate y consenso, como el Congreso, fueron sitio –el pasado miércoles– de gritos entre legisladores tras el minuto de silencio que se solicitó por el asesinato de Kirk. ¡Qué incoherencia!

En contraste, el gobernador de Utah, Spencer Cox, reflexionó en torno a la retórica política acalorada y la división partidaria, asegurando que la nación está “rota”. “¿Es esto todo?”, preguntó. “¿Es esto lo que 250 años nos han traído? Rezo para que no sea así”, dijo.

Estados Unidos no necesita sangrar más para que las palabras de Cox tengan eco, pues no solo es un tema de violencia política, sino también social, que pasa también por las masacres en las escuelas del país. Ojalá más voces, de todas las orillas, se sumen a su reflexión y logren reconstruir la nación que ha sido, durante décadas, el “sueño americano”.