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El silencio del Gobierno de Colombia sobre la deriva autoritaria de Nicaragua es cada vez más elocuente. Solo después de que Noticias Caracol revelara que la Cancillería, en cabeza de Álvaro Leyva, decidiera de manera voluntaria ausentarse de la reunión del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA), celebrada el pasado 12 de agosto en la que se votaría una resolución de condena contra la tiránica administración de Daniel Ortega, se conoce un pronunciamiento oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores sobre las razones detrás de esta determinación, que representa un colosal retroceso en la histórica defensa que nuestro país ha hecho de la Carta Democrática Interamericana.

Esgrime el canciller que la ausencia de Colombia durante la sesión obedeció a “razones estratégicas como humanitarias y no ideológicas”. También justificó su silencio diplomático debido a que no podían hacer públicas sus gestiones internacionales “antes de obtener un resultado” y confirmó que la “agenda bilateral de Colombia con Nicaragua requiere un tratamiento de particular cuidado”, que insistió “se preservará”. Críptico mensaje, pero al menos sirvió para romper el mutismo alrededor de un asunto tan sensible.

Las motivaciones expuestas por Leyva, un hombre más cercano a la paz que a las sutilezas de la política exterior, no han calmado del todo la tormenta desatada, tras la reunión de la OEA. Distintos sectores, no solo los de oposición, estiman que el actual gobierno se equivoca al asumir una posición que lo acerca, inevitablemente, a un régimen dirigido por un sátrapa que desconoce mínimos principios democráticos, vulnera los derechos humanos y reprime con dureza a la oposición política, a estudiantes, periodistas, y, más recientemente, a jerarcas de la Iglesia católica, que denuncian sus abusos.

Nicaragua se debate en una dramática crisis sociopolítica, económica y humanitaria, en la que a diario sus habitantes son intimidados, hostigados o detenidos de forma arbitraria, mientras por la fuerza se clausuran organizaciones de la sociedad civil, se cierran medios de comunicación o se cancelan las licencias de funcionamiento a centros universitarios.

Acosados por estas condiciones de vida insufribles, en particular por el pánico de ser percibidos de la noche a la mañana como opositores con todo lo que ello supone, miles de personas están abandonando su país.

A estas alturas, el único mérito de Ortega, tras más de 23 años atornillado en el poder, es haber logrado aislar a Nicaragua del resto del mundo. ¿Se justifican o amparan las gestiones humanitarias realizadas por Colombia, que hubiera decidido, deliberadamente, dar un paso al costado en vez de sumarse al mayoritario consenso de la comunidad internacional que condenó el sistemático incumplimiento de las obligaciones de Managua en materia de derechos humanos?

Otros estiman que resulta ingenuo creer que la abstención ante la OEA, a la larga, cambiará la dinámica de las tumultuosas relaciones bilaterales signadas por un diferendo limítrofe que se encuentra en manos de una instancia acordada entre las partes, como lo es la Corte Internacional de Justicia, cuyos fallos han sido más favorables a los intereses nicaragüenses que a los nuestros.

Queda claro que la decisión del canciller Leyva o del presidente Petro, en vista de que aún no se conoce con certeza quién la impartió, fue muy calculada. Que sea beneficiosa para Colombia no parece tan evidente. Principalmente porque nos resta autoridad moral para ejercer un liderazgo regional frente a la defensa de la democracia y la exigencia de respeto por los derechos humanos, dos pilares innegociables que otras veces hemos demandado para nosotros mismos o para otros estados, cuando han sido quebrantados.

Por eso, conviene preguntarse, ¿hasta qué punto es legítimo correr la línea ética para que en virtud de intereses nacionales o visiones ideológicas coincidentes, aunque el canciller ha señalado que esto último no es el caso, se irrespeten compromisos con la democracia y los derechos humanos sin medir posibles efectos perversos, como darle un balón de oxígeno a una dictadura cada vez más represiva, aislada y violenta? Sobre esta cuestión se esperan nuevas respuestas, ojalá más convincentes.