Más de mil 300 millones de católicos en el mundo, la mayor parte de ellos confinados para evitar la propagación del coronavirus, empezarán hoy a vivir una Semana Santa inédita en la historia moderna. El Papa Francisco, a quien se le veía hace algunos días orar e impartir la bendición Urbi et orbi en medio de una desolada Plaza de San Pedro en el Vaticano, celebrará las actividades litúrgicas de los días santos sin fieles y sus mensajes serán divulgados a través de los medios electrónicos para que lleguen a los devotos en todos los rincones del planeta.

La Iglesia Católica está invitando a rezar juntos, pero cada uno en su casa, como debe ser en estos tiempos del aislamiento preventivo obligatorio en los que el distanciamiento social es el único camino para evitar la proliferación del virus. Sacerdotes y religiosos de todo el mundo le están dando un nuevo valor al uso de las redes sociales que están brindando la oportunidad de generar un vínculo profundamente humano ante la imposibilidad de contar con la presencia física de los fieles en las ceremonias. El nuevo modo de establecer una relacionalidad a través de la pantalla.

Darle un renovado sentido a la presencia virtual para fortalecer la evangelización en momentos de incertidumbre y tinieblas, como los que hoy afronta la humanidad por cuenta del voraz enemigo silencioso, es un enorme desafío para la teología y para los jerarcas católicos que están teniendo que reinventarse para ser portadores de esperanza y fortaleza en esta crisis en la que la espiritualidad de cada ser humano está a prueba. Pocas veces el miedo, la angustia, la tristeza y el dolor han unido a tantos y en sitios tan distantes como hoy está ocurriendo cuando la pandemia, como si se tratara del más temible jinete del Apocalipsis, ha cobrado ya la vida de más de 60 mil personas y ha contagiado a más de un millón 50 mil personas.

En toda época, pero especialmente cuando la adversidad parece ser mayor, hay que tener una conciencia recta para hacer siempre el bien. Es el llamado con el que Francisco inicia su peregrinar por la Semana Santa. Sus palabras vienen como anillo al dedo porque, en medio de esta crisis, hay que permanecer atentos a los crecientes devaneos de lobos vestidos con piel de oveja, verdaderos demonios que, amparados en falsas promesas de ayudar a los más vulnerables, buscan cómo obtener beneficio personal. Los corruptos son Judas Iscariotes de la modernidad, capaces de vender la dignidad de su propia gente por 30 monedas de plata o por cualquier coima que les deje un contrato mal habido.

Quien juega con el hambre de los más necesitados en un momento de tanta dificultad como éste, no debería tener perdón de Dios, dice el refranero popular. En el caso de los hombres, la justicia tendría que actuar con total contundencia y celeridad siendo implacable para hacerles pagar su infamia. Los entes de control, frente a la gestión de los funcionarios públicos, deben extremar la vigilancia de los recursos que se están comprometiendo para afrontar esta emergencia económica y social. Que la premura que hoy se vive por resolver las demandas de los más frágiles no relaje los controles sobre estos desalmados que, como el mismo virus, no conocen límites a la hora de hacer daño.

No es cierto que el que peca y reza, empata. El que se aprovecha de la extrema necesidad de los demás para su propio beneficio tendrá que cargar con la vergüenza de su ignominia por siempre, incluso si nadie se entera. El cinismo pesa y a los sepulcros blanqueados también les llega su hora.

Tener un gesto de ternura con los que sufren, con los niños, con los ancianos. Que resuenen las palabras de Francisco tan oportunas en esta inusual Semana Santa.