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La escena se ha repetido en más de una ocasión. Un toletero conecta un fuerte tablazo que levanta a todos los asistentes. La bola parece irse y el grito de '¡A lo profundooo!', del narrador dominicano Ernesto Jérez, se escucha en el imaginario de los amantes de la pelota caliente, pero lo que parecía un cuadrangular sin discusión pierde fuerzas en las alturas y termina cayendo mansamente en el guante de algún jardinero antes de llegar a su potencial destino. Lo cierto es que el estadio Édgar Rentería indudablemente tiene su encanto y su embrujo. La majestuosidad e imponencia de su infraestructura lo convierten en el mejor escenario de pelota del país y en uno de los más dotados de Latinoamérica, pero a la vez tiene factores propios que retan a los bateadores con mucho poder con el madero, quienes en más de una ocasión han sufrido los estragos de ver como un potente elevado suyo termina siendo un fly tranquilo para los guardabosques que custodian los prados del ‘gigante’ de Montecristo.

Sacarla del parque de la capital del Atlántico no es una tarea fácil. La fría, impredecible y por momentos fuerte brisa que llega proveniente del río Magdalena se ha convertido en el principal aliado de los lanzadores, a quienes el semblante le ha cambiado y han podido a desenterrar la cabeza de la arena tras darse cuenta que el asunto no pasó a mayores cuando les rompen el conjuro sobre la lomita.

Todo lo anterior tiene su razón de ser. El estadio Édgar Rentería, antiguamente conocido como Tomás Arrieta, tuvo una rotación de 180 grados luego de ser reconstruido para ser la joya de la corona en los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2018. Tras la intervención, el escenario de la pelota caliente quedó mirando al río Magdalena por lo que la brisa proveniente del cuerpo de agua frena la velocidad de la bola cuando tiene destino de irse del parque.