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Orlando Amador
Deportes

Boxeo: la esperanza de un futuro mejor para los niños de Normandía

Guiados por el dos veces campeón mundial colombiano de boxeo Ener Julio, al menos 15 niños reciben diariamente clases para aprender la esgrima del pugilismo. 

La noche del sábado encontró a la familia Valdez Ortíz reunida, como ese ritual inefable de los hogares colombianos, en torno al televisor como un mantra a las tradiciones de un país acostumbrado a ver sus grandes triunfos a través de una pantalla chica. Para Wilber Simón y Jesús Manuel, de ocho y cinco años, no era un momento cualquiera, porque se encontraban juntos para ver el combate entre Gervonta Davis y Ryan García, una de las peleas más promocionadas del año en el panorama pugilístico.

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La victoria acabó siendo para Davis y, a miles de kilómetros, Wilber Simón y Jesús Manuel lo celebraron con júbilo. Al púgil que celebraban, minutos antes, lo observaron con profundo detenimiento para ver más allá de lo evidente. Mientras un espectador promedio solo se quedaría con los golpes de poder que superan la defensa del rival para mermar su stamina, los dos niños se concentraban en la posición de sus manos, en cómo esquivaba las violentas y repentinas arremetidas de un García insistente, o bien, en la posición de sus piernas. 

Concentrados, los niños observaban en silencio, expectantes y tomando apuntes en la edad que la mente humana mejor registra, y a sabiendas de que lo que venían en pantalla podía ser la muestra de lo que en jornadas siguientes podrían ejecutar en el improvisado terreno utilizado por dos viejas leyendas del boxeo colombiano para dar rienda suelta a su vocación: entrenar el deporte de las narices chatas.

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Ligeramente intimidados ante el micrófono, ambos niños coinciden en que sus padres los exortan a que “hay que trabajar para ser alguien en la vida”. Wilber, el mayor, habla con un poco más de seguridad, mientras que su hermano menor lo observa y reafirma sus posiciones con una sonrisa que exterioriza el natural nervio de una primera entrevista. 

“Nosotros tenemos bastante entrenamiento. Los profes nos ponen a trotar, saltar, correr y a golpear al saco”, explica un Wilber a la vez ansioso por comenzar su rutina del día de la mano de Ener Julio, quien supo ganar el título mundial de la International Boxing Organization (IBO) en 1998; y de Andrés Miranda, padre de Edinson Miranda y mentor de talentos que cosecharon triunfos históricos para el deporte nacional, como ‘Happy’ Lora, Tomás Molinares o Rafael ‘Derby’ Pineda.

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Como los hermanos, son cerca de 40 los jóvenes talentos entrenados por la dupla de veteranos del oficio, que encuentran en sus niños no solamente el talento, sino el deseo de luchar contra un entorno retador en el barrio Normandía, del municipio de Soledad: una zona que puede llegar a ser estigmatizada por las situaciones de inseguridad que pueden llegar a ser pan de cada día en la zona.

“La idea de la escuela es darle a los niños la disciplina con el deporte”, explica Ener Julio entre los saludos frecuentes de la población que lo admira. “Con la escuela ya vamos para dos años y tenemos una camada interesante de muchachos. Siempre les pedimos que entrenen, pero que no descuiden los estudios, porque eso es lo más importante”.

Desafíos

La jornada de trabajo es extensa entre cada entrenamiento. Los niños trabajan de la mano con los más grandes para desarrollar las potencialidades de su físico desde una edad temprana, siempre verificados por el ojo detallista del ‘profe’ Miranda, que corrige con carácter, pero respeto, cada error que ve en los formandos.

Del mismo modo de los hermanos, en la escuela entrena Darwin David Palencia, de 14 años, quien sueña con convertir el boxeo en su estilo de vida. También para él Gervonta Davis es una inspiración, del mismo modo del ‘Canelo’ Álvarez. Con una humildad conjunta con ilusión, un atisbo de lágrimas se vislumbra en sus ojos cuando se imagina con un cinturón de gran tamaño colgando en su cintura e identificándolo como campeón mundial.

“Comencé a boxear por un evento de la Alcaldía, yo me acerqué y me interesó, desde entonces vengo siempre y el entrenamiento es constante, es bueno y exigente”.

La ilusión de cada niño es distinta. Mientras unos entrenan por el orgullo de unos padres que esperan lo mejor para ellos, otros lo hacen con la esperanza de aprender a defenderse de las situaciones adversas. Lo cierto es que todos trabajan con el deseo de construir con sus manos un futuro mejor.

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