Cultura

Pastel de Pital de Megua: 29 años envolviendo vida y tradición

A propósito de las fechas navideñas, este es uno de los platos que no puede faltar en la mesa de las familias atlanticenses. Conozca su historia en el corregimiento y lo que significa para los pitaleros crear identidad a través del producto. 

El encuentro casual de un grupo de amigos dio como resultado el impulso económico de todo un corregimiento. Pital de Megua tomó un nuevo rumbo a partir de 1992 cuando a Jorge López, Pastor Patiño, Alfonso Escorcia y Julián de la Hoz, entre otros reunidos en el compartir, se les ocurrió una idea para darle mayor visibilidad a su tierra.

Ver festivales nacientes que surgieron en otros municipios del Atlántico los llevó a darle un empujón a Pital de Megua, corregimiento del municipio de Baranoa, a través de la venta del pastel, un plato típico que se hacía en la mayoría de las casas cuando llegaba diciembre o en una festividad especial. 

El famoso envuelto, que se consume en todo el departamento atlanticense y que también es protagonista en otros municipios como Piojó, Juan de Acosta y Tubará, se convirtió en pieza clave para crear identidad, generar empleo, mejorar la calidad de vida y dar a conocer el territorio pitalero.

El Festival del Pastel, ese mismo que comenzó como una idea planteada en una tertulia cotidiana, empezó a escribir una nueva historia para Pital de Megua. La economía dependiente única y exclusivamente de la agricultura se diversificó gracias al atractivo gastronómico y turístico del pastel.

“La actividad económica del corregimiento básicamente era el campesinado, la siembra y cosecha, pero hoy la actividad económica fundamental y permanente durante el año es la gastronomía y la producción del pastel”, dijo a EL HERALDO Farith de la Asunción, director creativo del Festival del Pastel.

Añade, además, que reflejo de lo anterior puede notarse en que “al ser un corregimiento de aproximadamente 2.800 habitantes, lo que equivale a un promedio de 270 familias, podría decir que entre 90 y 100 núcleos familiares se dedican a la producción del pastel”.

De generación en generación

Frente a la Plaza Central de Pital de Megua queda el lugar donde Corsina Llanos cumple sus sueños.

‘Tradición pitalera’, así se llama el negocio de la vicepresidenta de la Asociación de Mujeres Hacedoras del Pastel del corregimiento.

Lo que al principio inició como una tradición familiar se convirtió para esta matrona en su sustento y labor permanente gracias al saber culinario que aprendió de su madre.

“Yo soy cocinera de tradición por mi mamá. Hace unos 15 años me dediqué de lleno a esto cuando ella ya no pudo hacerlos más por su avanzada edad. Aquí en diciembre el pastel siempre fue el plato fuerte y ahora es mi trabajo, con lo que saco  a mis hijos adelante”, contó la matrona.

Mientras Corsina conversaba con esta Casa Editorial, recibía llamadas de sus hijos, quienes le estaban ayudando a vender en Barranquilla unos pasteles que envió. Sus tres “amores”, como ella los llama, son los encargados de heredar esta tradición ancestral para cuando ella no esté.

“La tradición en mi familia va a seguir, ya ellos saben. Siempre son lo que me ayudan a armar y tienen las pilas puestas para colaborar con lo que se necesite. Aquí esto es algo familiar, tanto la elaboración, producción y comercialización”.

Fuente económica que une
Adolfredo Llanos cría pollos, patos y pavos.

Trabajar en equipo ha sido uno de los ingredientes que ha contribuido para que el  pastel de Pital sea reconocido en otros lugares.

Que otros se motiven a llegar a este corregimiento de Baranoa a degustar la sazón de las matronas hacedoras del plato ha sido una tarea que se ha fomentado en el Festival y que se mantiene los 365 días del año.

Lo que lo hace diferente a los demás, según Corsina Llanos, es la gran variedad de pasteles que ofrece la tierra pitalera. Hay para todos los gustos: pollo, cerdo, pollo y cerdo combinado, pato, guartinaja, pavo, carne, gallina criolla, conejo, carnero entre otros.

Además de ser la fuente de ingresos, los pasteles también son motivo de unión entre las familias, no solo en el proceso de elaboración, sino también desde la obtención de la materia prima que se consigue allí mismo o en el mercado de Baranoa.

Adolfredo Llanos, por ejemplo, es el hermano de la matrona Corsina. Él se encarga de criar pollos, patos y pavos para proveérselos a sus hermanas y también a más hacedoras del corregimiento.

“La carne es fina, especial, y como los criamos con productos del campo lo vendemos ahumados para dar un sabor más exquisito al pastel”, comentó este campesino y gestor cultural.

Corsina agrega que en la Asociación de Mujeres Hacedoras del Pastel también logra percibirse la hermandad que hay. “Aquí hay una linda competencia, más no rivalidad. Igualamos los precios y tratamos de estar ahí una a la otra”. 

Crecimiento continuo

Aunque la misión de Corsina ha sido mantener la tradición lo más auténtica posible, al igual que las demás matronas pitaleras, esta cocinera cuenta que al pastel se le hizo algunas modificaciones. Una de las más notorias fue el cambio de hoja de plátano que utilizaba su madre por la hoja de bijao.

La mujer de 53 años, además, opta por no agregarle cebolla al envuelto. Sin embargo, los demás ingredientes que contiene el pastel son los mismos que añadía su mamá en la preparación.

Para la matrona, el pastel ha hecho que el pueblo crezca en muchos sentidos. Ahora el incremento de su economía es visible incluso por las calles de Pital de Megua, que antes era una zona de “monte y arena”.

“Ahora vemos las calles bonitas, pavimentadas y todo eso también se debe a la mejora económica de las familias, las ganas de salir adelante y que la gente nos conozca por nuestro pastel”, puntualizó.

Corsina, en voz de la Asociación de Mujeres Hacedoras del Pastel, afirma que quieren seguir progresando en pro del bienestar de sus familias haciendo lo que más les gusta. Su pasión por el arte culinario significa vida para este colectivo femenino que aspira darse a conocer ante el mundo.

El evento que inició en una caseta en la que cobraban el pastel a $ 5, mantiene su esencia. Hoy este mismo plato autóctono de nuestra gastronomía oscila entre  $ 10.000 a $ 15.000.

¿Cómo se prepara?

Se remoja el arroz con achiote de cuatro a cinco horas. Mientras eso ocurre, se pican las verduras y se hace el guisado de las carnes ya marinadas, con un adobo especial y vegetales. Seguidamente se hace la preparación de la mesa donde se pican las verduras crudas como: cebollín, cilantro, apio y ají. La zanahoria y papa se corta en rebanadas.

Para empezar a envolverlo se ponen dos hojas de bijao, una encima de otra, y se le agrega el aceite achiotado, luego se pone una camita de arroz, las verduras y el adobo. Por encima va la proteína, más adobo, verduras y arroz nuevamente. Para finalizar se le agrega la aceituna y la alcaparra, y se sella con un pedazo de hoja de col.

Luego se hace la envoltura y el amarre. Aparte se marca con cintas para identificar qué tipo de proteína lleva. Al terminarlo se echa en una olla grande con agua hirviendo y sal por dos horas en la leña.

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