Cultura

Farotas de Talaigua: danza y salvaguarda de la cultura anfibia

Con talleres de formación que involucran a niños del municipio, un grupo de hombres y mujeres preservan la riqueza cultural de sus territorios.

Cuenta la leyenda que colonizadores europeos arribaron a la Depresión Momposina para adueñarse no solo de las tierras de los indios farotos, sino también de sus mujeres.

A los europeos no les bastó con la explotación de piedras preciosas, recursos naturales y demás riquezas que encontraron. Se aprovecharon de la soledad y oscuridad de la noche para violar, maltratar y prostituir a las mujeres  que integraban la comunidad indígena de Talaigua Nuevo, Bolívar.

Impotentes y con hambre de venganza al saber lo que les ocurría a sus mujeres cuando ellos partían a la caza, pesca y actividades nocturnas, un día esperaron la llegada de los colonizadores. Esta vez para hacer valer el honor y dignidad de las que más sufrían.

Se armaron con los ropajes de las mujeres. Su principal escudo, una gola (pechera) brillante; en la parte inferior, faldas de flores pomposas; a su derecha, una sombrilla; y en el rostro, un maquillaje desprolijo.

Así, aguardaron al arribo de los acechadores para sorprenderlos y defender a su comunidad.

Hoy, este relato se traduce en la representación de la danza Farotas de Talaigua, a través de un grupo de hombres vestidos de mujeres que año tras año se presentan en el Carnaval de Barranquilla.

Es la transmisión oral de este pueblo ribereño lo que ha mantenido viva la tradición, de la mano de Mónica Ospino Dávila, directora de la comparsa desde 2011, y sucesora de su madre Etelvina Dávila Turizo, la talaiguera que lideró la danza por más de dos décadas.

Niños de Talaigua en los talleres de la Escuela de Artes y Saberes Tradicionales de la Cultura Anfibia. Cortesía
Salvaguardar la cultura anfibia

No es bailar por bailar, ni maquillarse y vestirse como mujer en Carnaval, solo por hacer un espectáculo. Cada danzante, músico e integrante de Farotas vive y siente esta escena como propia, porque debajo de la vestimenta hay una hombría que quiere exaltar la valía de las mujeres talaigueras y del Caribe en general.

Si bien la danza rememora y representa lo que los guerreros farotos vivieron, por medio de la Escuela de Artes y Saberes Tradicionales de la Cultura Anfibia, Mónica Ospino pretende salvaguardar, revitalizar y promocionar la memoria patrimonial de la esencia cultural de este pueblo.

Así, con talleres de formación que involucran a las nuevas generaciones, la barranquillera, hija de Etelvina, logra que los habitantes de este municipio y de los corregimientos de El Vesubio y La Ladera de San Martín conozcan la historia y tengan sentido de pertenencia frente a sus saberes tradicionales.

“La única que no nació en Talaigua fui yo, pero lo que uno lleva en la sangre se siente. No tuve que haber nacido en el hospital de allá para amar su cultura. Y esto lo hago porque me gusta, porque es el legado de mi madre y porque asumí el reto de ponerme frente a la danza. Yo lo que quiero es que esto que hacemos trascienda y que todo el mundo lo conozca”, dijo la gestora cultural a EL HERALDO.

Edwin Duarte, tallerista de la flauta de millo y músico de la danza, siente orgullo, pero también una responsabilidad de portar en su hombro la tradición y ser difusor de ella.

“Para mí es de suma importancia la pertenencia al grupo, debido a la historia y lo que significa para el municipio. Es un orgullo enorme representar dicha danza. Y es más importante aún culturizar a las personas para que comprendan su contexto histórico”, aseguró el músico.

Aprender a tocar instrumentos como la flauta de millo y el tambor es pieza clave de las actividades. Cortesía
Impacto social

Rosa Duarte Bastidas es lideresa social en El Vesubio hace un año. Su función de difundir la historia de su pueblo a niños, adolescentes y madres cabeza de hogar, dice, ha cambiado su vida.

Su mentora, Mónica Ospino, ha hecho que la talaiguera se enamore de las Farotas y que contribuya en el proyecto social de la escuela.

“Mi vida hoy es distinta. Primero por la satisfacción que me deja ser multiplicadora de los conocimientos que he obtenido gracias a mi instructora. También, porque he tenido un mejoramiento en mi calidad de vida, ya que obtengo una remuneración a la hora de dictar talleres, así que los impactos han sido positivos económicamente y emocionalmente”, indicó la lideresa.

Impactar vidas, generar conciencia cultural y mantener viva la historia es la labor no solo de la directora de la danza, sino de los que hacen posible que esta perdure, como sus talleristas.

Jairo Mancera lleva más de 30 años empapado de la cultura de su pueblo como danzante, y ahora desde la transmisión de saberes ancestrales.

El comerciante independiente afirma que Talaigua Nuevo es un municipio que vive de la agricultura y de la pesca, y que esta pandemia por la covid-19 no los ha afectado tanto, solo se han presentado algunos casos “aislados”, lo que les ha facilitado poder realizar los talleres con grupos reducidos. Actualmente tienen 300 alumnos.

“Tengo casi 35 años bailando farotas y son casi 30 participando en el Carnaval de Barranquilla ininterrumpidamente. Ahora dejamos nuestro granito de arena enseñándoles a los niños toda la experiencia que hemos tenido”.

Niños de Talaigua en los talleres de la Escuela de Artes y Saberes Tradicionales de la Cultura Anfibia. Cortesía
La tradición sigue

Cristian Adolfo Soraca Ospino, bisnieto de Etelvina Dávila, asegura que mientras él viva la tradición seguirá. A sus 11 años, la confianza con la que hace uso de la flauta de millo y el amor que siente por las Farotas es “indescriptible”, y por eso participa activamente de los talleres realizados en la Escuela de Artes y Saberes.

“Estoy en la escuela porque quiero reforzar mis conocimientos culturales, ya que desde los 2 años pertenezco a las Farotas de Talaigua Nuevo, Bolívar. Con orgullo lo llevo en la sangre y por eso aprendo del millo, y de la danza”, puntualizó el menor.

Está en séptimo grado, pero ya tiene claro lo que quiere ser cuando crezca: un futbolista reconocido o un ingeniero civil. Cualquiera de las anteriores irá acompañada de la portabilidad de la tradición de la danza.

“Tengo la obligación de seguir preservando los valores artísticos de la danza para las futuras generaciones”, concluye Cristian Adolfo con la flauta en su mano y la idea clara en su mente de que las Farotas de su pueblo lo hacen culturalmente único e irrepetible.

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