No le gustaba que vendieran su obra. Sentía dolor cuando eso ocurría. '¿Tú venderías a tus hijos?, le decía Manolo Vellojín a Alonso Garcés, director de la galería Garcés, de Bogotá, de amplísimo renombre.
Vellojín, siempre de cabello largo y con gafas oscuras aún cuando llegara la noche, adoraba la Semana Santa, las procesiones, los ritos religiosos, el catafalco. Nació en 1943 en Barranquilla y falleció en abril de 2013 en Bogotá, donde vivió la mayor parte de su vida. No obstante, pinturas de orden geométrico remiten a cometas y llevan por título Las vacaciones, y están relacionadas con sus días en La Perla y en Puerto Colombia. Hay otras como Lluvia marina, de impactante azul, que revelan añoranzas por este Caribe y otras en tonalidades amarillo-dorado y negro que a la lejanía son como puntadas monterianas sobre el lienzo. Pero Vellojín las presenta como Catorce estaciones.
El galerista está ahora en el Museo de Arte Moderno de Barranquilla. Ha traído cien piezas que podrán ser apreciadas desde hoy. Garcés se ha ocupado de desplegarlas con la emoción de haber sido amigo personal de Vellojín, testigo de además de su desarrollo artístico desde cuando coincidieron en 1962 junto a otro barranquillero, Eduardo Serrano, y con Arturo Velásquez, de Jericó, Antioquia, como también lo es Alonso Garcés. Conformaron entonces Velarca, de las galerías pioneras en el país, dice Garcés, 'después llegó Julio Roca', recuerda. Manolo Vellojín dirigió Velarca por muy corto tiempo porque descubrió que lo suyo no era manejar arte sino producirlo. Desde esa época viene su amistad profunda y de negocios con Vellojín porque desde esa época le empieza a manejar la obra. Para él, 'es de los pocos artistas en Colombia que tiene una línea perfecta de trabajo. Al comienzo trabajó la geometría y abstracción, que eran difíciles para que el público se acercara, lo entendiera. Entonces su obra era cada vez más íntima, más para él.
La exposición trae una de las doce piezas que hizo durante el duelo por la muerte de un sobrino. Empaquetada con una cinta negra va en perfecta comunión con textos de toda la muestra, a cargo de Eduardo Serrano y de otros conocedores.Con la misma dinámica de su trazo hay tres que van en conexión con un conjunto de floreros —dispuestos en el salón de exposición— que él compraba en pulgueros domingueros.