
Peleando por la casa
El estado de Israel fue creado, al menos en teoría, como una compensación del mundo organizado a un pueblo largamente humillado, calumniado, perseguido, desplazado de su propia tierra y finalmente casi expuesto a su desaparición por la política nazi de la “solución final”. Parece que los 6 millones de muertos del Holocausto fueron ya demasiado y las naciones civilizadas, es decir las mismas que habían contribuido a profundizar esta tragedia, decidieron restituir el territorio a los judíos de un plumazo. En teoría, insisto, se trata de un asunto de reparación de víctimas y de restitución de tierras a una nación milenariamente dispersa a la fuerza por todo el planeta, porque en la práctica, como siempre ocurre, hubo y sigue habiendo en el asunto intereses estratégicos, geopolíticos y económicos que se conjugaron para que Israel fuera un país propiamente dicho otra vez.
El asunto es que esta ‘deuda histórica’ que el Occidente vencedor de las dos guerras saldó con el pueblo de Abraham y de Moisés no contó, o contó muy poco, con que en ese pedazo de tierra añorada por generaciones, ya habitaba, desde hace también milenios, otro pueblo que la consideraba como suya. Y aquí está la paradoja.
En nombre de las atrocidades cometidas por la humanidad contra los judíos, culminada con el horror del Holocausto, hoy el mundo es testigo de la persecución, la humillación y el desplazamiento interno del pueblo palestino, cuya mayoría vive en condiciones oprobiosas y vergonzantes, según las palabras del expresidente Carter, quien es uno de los occidentales que más conoce de este tema. Los que fueron víctimas del odio son hoy perpetradores del ultraje. La amenaza terrorista islámica es una consecuencia de este conflicto aparentemente irremediable entre dos pueblos que reclaman su derecho a vivir en la tierra de sus ancestros, dos pueblos que han sufrido y que sufren.
El panorama parece no mejorar, no obstante las treguas que se firman de cuando en vez o de la voluntad de diálogo que en ocasiones parece flexibilizar las posiciones que llevan medio siglo siendo irreconciliables. Siempre hay un hecho que justifica las escaladas de violencia; una piedra lanzada contra un tanque, unos metros más de terreno ocupado, un secuestro aquí, un muerto allá, una bomba en un parque, unos soldados abusadores, una declaración ofensiva. Y así estamos hoy, esperando qué otra cosa puede perturbar el frágil equilibrio de esta pequeña región del que parece depender la seguridad de todos nosotros, por lejos que estemos.
Israel y Palestina son como dos primos hermanos que se pelean la casa que ha dejado un abuelo muerto hace mucho tiempo y que no están dispuestos a compartir en igualdad de condiciones, así tengan que matarse uno al otro o esperar a que un tercero se venga a vivir en ella y los deje a ambos en la calle.
jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio
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