El Heraldo

“Mátalo, Pablo”

Cuando era un niño comencé a saber quién era Alberto Santofimio Botero. Lo veía con frecuencia en los medios de comunicación. Recuerdo que desde entonces había algo en él, en sus maneras, que no me gustaba. Me resultaba un sujeto sospechoso y no podía explicar la razón. Con los años, y a pesar del hipnotismo que producían sus discursos improvisados, Santofimio me parecía, cada vez más, un tipo en el que no se podía confiar. Esas sospechas se convirtieron en certezas cuando se fueron descubriendo sus métodos de hacer política, sus amistades y, más tarde, sus delitos, algunos de ellos probados por la Justicia, como los que sustentaron la condena por enriquecimiento ilícito, proferida en su contra en 1996, en la cual se pudo comprobar que el sospechoso había recibido dinero de narcotraficantes para financiar una de sus campañas políticas.

Luego comenzaron a aparecer fotografías y videos en los que se lo veía junto a Pablo Escobar exhibiéndose sin pudores, departiendo felices como dos compinches que se quieren. A estas alturas todo el mundo sabía que este hombre brillante y astuto se había corrompido paulatinamente, hasta que terminó convertido en un hampón.

Una década después, Santofimio fue condenado de nuevo, esta vez por su participación en el asesinato de Luis Carlos Galán. Tiempo después fue absuelto por el Tribunal Superior de Cundinamarca, y volvió a la cárcel en 2008, tras una trascendental decisión de la Corte Suprema de Justicia, en la cual ratifica la condena inicial de 24 años de prisión por el delito de coautoría en homicidio con fines terroristas.

A propósito del recurso presentado por la defensa del condenado ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), volví a leer la sentencia de la Corte. En medio de mi ignorancia en temas jurídicos, la sensación que me queda es que la Justicia de Colombia condenó a Santofimio por las mismas razones que motivaron mi desconfianza hacia él cuando era niño: intuición, olfato y, claro, las fotos en la hacienda Nápoles con el capo. Aunque estoy convencido de que Alberto Santofimio es un pillo y un canalla, su responsabilidad penal (en términos estrictamente formales) en el asesinato de Luis Carlos Galán es, por decir lo menos, dudosa.

Aparte de explicar hasta la saciedad las diferencias técnicas entre los delitos de autoría, coautoría y coautoría impropia, entre otros muchos, la sentencia de la Corte abunda en argumentos que relacionan al acusado con los determinadores del magnicidio (lo cual ya lo sabía todo el mundo), y complementa su decisión con unos testimonios que lo sitúan en reuniones en las que “convenció”, “azuzó”, “puyó” a Pablo Escobar para que ordenara el asesinato de Galán. El más contundente de esos testimonios es el de ‘Popeye’, jefe de sicarios del Cartel, quien dijo que presenció cuando Santofimio le susurró al oído a Escobar: “Mátalo, Pablo”, y ¡zas!, Pablo le hizo caso al amigo y mató al líder liberal. Me perdonan los abogados (que los hay muchos por aquí), pero eso no suena ni serio ni convincente. Más bien parece un ejemplo de una justicia tosca y pueril, puesta al servicio del escarmiento y la venganza. No importa que creamos que un tipo es un criminal; hay que probarlo. Es una lástima que en este caso concreto no se haya hecho.

Jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio

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