La primera vez que vi frente a frente a Hugo Chávez, a un metro de distancia, fue en mayo de 1999, en el primer piso de la Gobernación de Bolívar. De manera inusual y haciendo alarde de un típico rompedor de esquemas, había aceptado la invitación del entonces primer mandatario de ese departamento Miguel Raad Hernández al Palacio de la Proclamación.
Raad, convencido y estudioso seguidor de Bolívar, instauró la cátedra bolivariana en las escuelas públicas en los 44 municipios del Departamento. El lanzamiento de ese proyecto coincidió con el Décimo Primer Consejo Presidencial Andino en La Heroica, al que asistieron Bolivia, Venezuela, Perú, Ecuador y Colombia como anfitrión. Conociendo el interés de Chávez sobre el tema le fue extendida una invitación para que hablara sobre los principios morales y éticos del Padre de la Patria. Con sorpresa, el Presidente venezolano aceptó y fue a disertar ante la ilustrada y docta Sociedad Bolivariana de Cartagena.
Con Chávez se quebraban todas las reglas, como el de la visita a la Gobernación de Bolívar, porque los presidentes que asisten a las cumbres o encuentros en Cartagena no se salen del protocolo de asistir a actos diferentes a lo que estrictamente la invitación establece.
El movimiento de seguridad con decenas de hombres de la avanzada presidencial fue de alto nivel, mas no la presentación de Chávez, que habló más de béisbol y por supuesto de la figura de El Libertador, a quien admiraba y amaba con intensidad. Hubo muchos elogios para el fundador de la Gran Colombia, pero poco fundamento filosófico, pues se esperaba que el dirigente venezolano hiciera importantes anotaciones sobre el pensamiento político de quien liberó cinco naciones en América.
Como se sabe, más que un militar, Bolívar fue un estadista y un pensador político, y como el recién fallecido Presidente hacía alardes de su conocimiento sobre el tema, toda la audiencia esperaba una profunda disertación. No fue así, pero la simpatía de Chávez opacó sus deficiencias académicas de ese momento. Nada más que al salir a la calle una multitud popular lo ovacionó con un cariño nunca antes visto por presidente alguno en esa ciudad.
Después lo vi en Santa Marta, donde otra multitud lo aclamó con sincera emoción. Años después, en Caracas, junto a cientos de seguidores que más que aclamarlo lo adoraban. Y por supuesto también lo vi de manera frecuente por televisión en ‘Aló Presidente’, su programa dominical en el que abría el pecho y dejaba ver su personalidad extrovertida y controversial, déspota y teatral, cálida y amorosa, familiar e impositiva.
Fue así como expropió bienes para darles a los descamisados de su país; impulsó una nueva Constitución que esgrimía orgulloso como espada; insultó sin temor a presidentes como a Bush y Uribe, y se dio la mano con Santos, después de haberlo atacado sin piedad durante los días previos a las elecciones de 2010.
Las contradicciones del mandatario venezolano constituyeron un variopinto de anécdotas sobre su controvertida personalidad, pero también dejan ver la necesidad apremiante de Latinoamérica de líderes que la enamoren y la despechen; que la seduzcan con pasión y la estrujen sin remordimiento. Todo eso podía ser Chávez y mucho más, con su propio “Discurso de Angostura”. Querido o no, cambió el concepto de la política en Venezuela.
Por Humberto Mendieta
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