
La memoria de los arroyos
Desde el portal del proyecto Arroyos de Barranquilla se cuentan los muertos. Dentro de su estructura tienen algo que llaman “Obituario”, un listado de nombres de vidas perdidas desde 1933 hasta la muerte de Luisa Paola Osorio López, la jovencita que murió esta semana. Aparecen las fechas, el arroyo, describen los hechos. La lista es larga.
El arroyo que más vidas ha arrancado es el de la carrera 21, en el sector de Rebolo. Los registros cuentan ya 30 muertos. Es seguido por el de la calle 84, que registra 13 víctimas fatales. La descripción de los hechos puede helar la sangre de los más insensibles. Una ciudad llena de narrativas dolorosas que cada año se pregunta quién será el nuevo muerto que aumentará los guarismos.
Está la historia de las hermanas Carmen y Dominga Padilla, que el 28 de noviembre de 1933 cayeron al arroyo de Rebolo cuando intentaban lavar sus suecos sucios de lodo. En octubre de 1947 el arroyo Felicidad se llevó la vida de los hermanos Narváez. Regresaban de una fiesta familiar. El 13 de septiembre de 1958, en el arroyo del Country murieron Ezequiel David Ovalle y Ramón Dávila. Ambos salían de un congreso médico que se llevaba a cabo en el Country Club.
El 1 de diciembre de 1961 murieron ahogadas tres personas que iban camino al aeropuerto. 5 años después, en la misma fecha, un bebé de 6 meses fue arrancado de los brazos de su mamá cuando se desplazaban en un taxi.
En septiembre de 1969, tres bebés fueron arrastrados de su casa por la fuerza del arroyo de Rebolo desbordado. En octubre de 1971 dos niños cayeron a las turbulentas aguas cuando intentaban cruzarlo en una tabla que se rompió. En mayo del 73 la víctima fue el señor Pedro Meza, trabajaba en el área de mantenimiento de Avianca.
Jhon Jairo Arroyo, un taxista de 26 años, también perdió la vida. Fue arrastrado por el arroyo de la 82. En 1987, en la calle 84, la fuerza de la corriente arrastró un bus de pasajeros. Murieron cuatro personas. Hubo víctimas que jamás aparecieron. 6 meses después, el mismo año, murió Marina Pérez, de 15 años, en el arroyo de la carrera 9F. Murió aprisionada bajo un vehículo estacionado.
En mayo del 92, nueve personas fallecieron. Iban en un bus de la ruta Simón Bolívar. Ese mismo año murieron dos personas en el arroyo de la 84. En mayo del 93 muere Andrés Segura, en un intento heroico de salvar a una mujer. Daniel Peña murió en 1996, intentó cruzar en su bicicleta. En el año 2001 murieron tres personas, un niño de 10 años fue una de ellas. Se ganaba el día limpiando parabrisas. Solo en el año 2005 murieron 12 personas arrasadas por los arroyos. En 2007, Bryan García, un niño de 7 años, murió mientras intentaba rescatar una chancleta. En 2010, una bebé de 6 meses falleció cuando las aguas del arroyo El Salao entraron a su casa. En 2012, el arroyo de la calle 84 mató a un motociclista. Su cuerpo fue encontrado una semana después. El año pasado, el arroyo de la 43 cobró la vida de un vendedor ambulante de pescado.
Parece que la inmensa luz de Barranquilla tuviera que alimentar al monstruo con el sacrificio anual de vidas humanas. ¿Hasta dónde llegará su voracidad? ¿Cuántas otras víctimas tendrán que sumarse a estos registros?, ¿cuánto más soportará la ciudad?
javierortizcass@yahoo.com
@JavierOrtizCass
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