Equipos de fútbol hay millones, sentimientos como los del Junior pocos. Entre la espera y esperar, entre pensar y repasar la historia es evidente que, a partir de ese regreso de 1966, el equipo barranquillero creció y se fue metiendo en el corazón de quienes le siguen. Alguna vez alguien lo apellidó. Le llamó el Junior del alma. Cómo quisiéramos saber quién fue el primero que habló de ello. Como el apellido que le puso mi compadre Edgar Perea, Junior tu papá.
Ese sentimiento ha crecido tanto que Carnaval y Junior son las manifestaciones culturales más grandes en esta Barranquilla bendita. No podría afirmar que el Junior es más que el Carnaval, ni viceversa. Pero uno, tiene que ver con el otro. Con los colores del Junior hay comparsas de marimondas, de Congo Grande, de Torito. No hay una ovación más grande que cuando un cantante, en el festival de orquestas, pide un viva para el Junior de Barranquilla o cuando la Reina del Carnaval lo incluye en su lectura del bando, año a año. Ese sentimiento es un polo tierra. Al mal tiempo, buena cara rojiblanca.
Que los seguidores del Junior, barranquilleros o no, son exagerados en ese sentir (de lo que hablan algunos) es una acusación de quién jamás ha podido tener un gran sentimiento. Los sentimientos no se pueden meter en un guacal para que no crezcan. Ellos crecen espontáneamente y son proporcionales al número de las alegrías.
A pesar que siempre habrá frustraciones, el Junior es un motivo de alegría, de bienestar, de placer, de ir al Metro a divertirse y a emborracharse de fútbol con las victorias (que son más) y de palear la tristeza con las derrotas (que son menos).
Hoy regresa el Junior físico al Romelio. Porque el Junior sentimiento no se va nunca, permanece inalterable en el alma…