El marketing digital es una valiosa herramienta pa­ra quienes aspiran a un cargo de elección popu­lar. Las campañas electorales han cambiado su sistema de comunica­ción tradicional (radio, prensa, te­levisión) por otros más modernos, como son las redes sociales, espe­cialmente Facebook y Twitter, con un mensaje más directo, de doble vía, para interactuar con el elector y volviendo más participativa y de­liberativa la actividad política, mo­vilizando con mayor dinamismo y eficacia a la opinión pública.

Las redes sociales cambiaron la forma de hacer política. Para el elector, es un medio de presión donde el candidato se ve obligado no solo a responder sus inquietu­des, sino a interactuar con el ciuda­dano de a pie. Así las cosas, político que no tenga presencia en las re­des sociales está out. Pero, además debe prepararse para el debate, vender su mensaje y responder al elector no solo las observaciones, sino los ataques e insultos.

Sin embargo, las redes sociales se han convertido en un arma de doble filo: pueden beneficiar o des­truir a un candidato, ante un pe­queño error o resbalón. El Twitter es efectivo y aconsejable en el de­bate político porque alimenta la in­teracción y la retórica con los otros candidatos y con la participación democrática de los ciudadanos.

Pero una cosa es una campaña electoral para llegar al poder, y otra cosa, muy distinta, es estar en el poder y gobernar como Dios manda, la Constitución Política y las leyes lo ordenan. Gobernar es algo muy serio y complejo, pues se debe actuar con inteligencia y pru­dencia, utilizando las herramien­tas del marketing gubernamental y de la alta gerencia sobre todo en estos tiempos de incertidumbre y de tanta complejidad y caos en la esfera económica, social y política.

No es aconsejable que un gober­nante (presidente de la Repúbli­ca, gobernador, alcalde) utilice las redes sociales, especialmente Twitter, para gobernar o lanzar opiniones y conceptos que si bien no tienen la investidura de un acto administrativo, tal como lo define la doctrina y la jurisprudencia, si comprometen la transparencia y credibilidad del funcionario. Y se presta para crear otro problema más complejo.

Gobernar por Twitter es como cargar una pistola sin seguro: pue­den salir balas según el estado de ánimo y las emociones de quien porta el arma. Twitter puede con­vertirse en un juguete peligroso.