Las potencias occidentales (que incluyen en su círculo privilegiado a Japón, Corea del Norte, Israel, India, Turquía y Brasil) y no occidentales están, una vez más, enfrascadas en una lucha geopolítica por el control y explotación de recursos energéticos, aumento de zonas de influencia, venta y distribución de armas, fortalecimiento del especulativo sistema financiero internacional, expansión de laboratorios farmacéuticos y dominio tecnológico; poniendo seriamente en peligro la estabilidad ambiental, la seguridad internacional y alimentaria y presionando contra la democracia, incluso en sus propios países. Acuden a la guerra directamente o dan argumentos a sus adversarios para que la hagan (Rusia y China, por ejemplo), lo cual amenaza la paz mundial. El actual forcejeo entre Europa y Estados Unidos con Rusia, por el control de Ucrania, y con China, por el control del Pacífico y su influencia en Taiwán, refleja el desprecio que tienen por pueblos y naciones, incluso los propios.

Los organismos internacionales, incluyendo las Naciones Unidas, tienen un margen de maniobra muy reducido para contener los males de un modelo político y social capitalista irresponsable, que se consolida a costa de miles de millones de seres humanos que deben enfrentar un acelerado deterioro de su vida y dificultades para asegurarse alimentos, agua y energía. La riqueza y control de los recursos del planeta y de los países se concentra aceleradamente en muy pocas personas o grupos económicos. El modelo, que se ha agotado, ni siquiera puede contener el crimen internacional, los conflictos que estallan por doquier y, definitivamente, no reduce la miseria y la pobreza que se extienden. Tampoco logra consolidar la democracia y el desarrollo; por el contrario, amplía la brecha existente entre naciones y regiones. Nos hundimos, casi irremediablemente, en regímenes autoritarios, nacionalistas y racistas.

El mundo occidental, que tanto se preocupa por la democracia y el desarrollo en otras latitudes, y da lecciones de moral sobre la paz internacional que no respeta, intenta imponer por la fuerza, con engaños y con maniobras políticas y militares, una falsa o aparente democracia en países “en vías de desarrollo”, conduciendo al ascenso del populismo, el cual fortalece el despotismo político y deterioro económico y ambiental. Ese mundo, con su mojigatería, nos propone una democracia unida a un modelo capitalista fracasado como condición para el desarrollo de los pequeños países. Esto refleja un sesgo del modelo político occidental sobre cómo se entiende la democracia. Y cuando esa democracia cuestiona o exige revisar elementos del modelo económico entonces se dice que no sirve, y se cuestiona. No son pocas las naciones que utilizan la democracia contra la democracia. Sin mencionar que la llamada “comunidad internacional" (de grandes naciones mayoritariamente democráticas) acusa a otras naciones de totalitarias, cuando en el mundo, en su nueva etapa, la democracia solo data de fines del siglo XIX.

PD. Ojalá el sueño de cambio que tenemos muchos colombianos, con el nuevo gobierno se materialice para el bien de todos y del futuro de nuestro país.