
Estamos todos locos
En este mundo donde la inteligencia humana nos deslumbra a diario con nuevos descubrimientos, inventos y tecnologías cada vez más sofisticadas, se le ha dado un amplio margen de confianza al conocimiento científico como la verdad última.
No todas las disciplinas científicas avanzan al mismo ritmo, pero todas se cubren con el ropaje de la riqueza de algunas que muestran impresionantes avances. Una de las ramas que más dificultades científicas ha tenido es la que establece en los seres humanos la línea divisoria entre ser normal o anormal; entre estar sano o enfermo mentalmente.
Ante la anarquía de los rótulos para diagnosticar a las personas con problemas de conducta, la Asociación Americana de Psiquiatría elaboró un Manual de Diagnóstico y Estadísticas de Trastornos Mentales (DSM), un documento trascendental y polémico que establece una clasificación categorial de los distintos trastornos, y que hoy va para su 5ª versión. Este manual, que proporciona descripciones esquemáticas de una gran variedad de tipos de patologías y desórdenes mentales, es la ‘biblia’ que usamos psiquiatras, psicólogos, analistas, investigadores, compañías de seguros, abogados, laboratorios farmacéuticos y una gran cantidad de instituciones a fin de estudiar y normar la salud mental humana.
Esta ‘biblia’ con ropajes científicos no usa estrictamente los procedimientos más avanzados de la ciencia para diagnosticar la salud mental, y se le cuestiona porque sus definiciones son un poco arbitrarias y están en permanente cambio.
Aún recuerdo las interminables horas de clase que recibía, en las que nos enseñaban que la homosexualidad era una enfermedad, y nos entrenaban en métodos psico-terapéuticos para su mejoría. Desde 1975 la homosexualidad dejó de ser considerada una enfermedad y, actualmente, quien sostenga que ser gay es una desviación sexual será diagnosticado como homofóbico. También recuerdo cuando nuestros padres nos mimaban con deliciosos chocolates para demostrarnos su amor; hoy, quien coma muchos chocolates puede ser diagnosticado con un trastorno alimenticio; o si usted aspira en las próximas elecciones a una curul en el Senado o cualquier otro cargo que estimule su ego, entonces podría estar padeciendo un trastorno narcisista. En el manual no se escapan ni los niños ni los adolescentes: cualquiera que tenga un carácter muy fuerte, o haga pataletas, o tenga mala conducta en el colegio, ya hay una amplia gama de trastornos en los cuales pueden ser clasificados: niños oposicionistas o desafiantes, bipolares infantiles, conducta antisocial o déficit de atención, y sigue una extensa lista de rótulos clasificadores.
Hasta fines del siglo XIX existían dos grandes categorías de trastornos mentales: demencia o idiocia. Posteriormente, se pasó a una lista de 7 categorías, y ya en 1980 el DSM-3 elaboró una lista de 265 trastornos. El DSM-4 aumentó la lista a 297 diagnósticos y se espera que el DSM-5, que está anunciado para mayo de 2013, sume los denominados “trastornos mentales de moda”.
La gran preocupación por este tema radica en el hecho de que detrás de estos diagnósticos puedan estar influyendo las grandes industrias farmacéuticas, que, al incluir muchas variantes normales bajo la rúbrica de enfermedad, pueden ampliar notablemente sus rentas vendiendo medicamentos para tratarlos. Un niño inquieto por la estimulación constante a que es sometido por la televisión y los videojuegos; una persona que pierde el sueño por ruptura amorosa; un empleado angustiado por la competencia laboral; una persona triste por la baja remuneración y reconocimiento en su empleo, o cualquier persona que en este mundo se pueda sentir en un momento confusa, desesperanzada o angustiada, todos podrían ser rotulados con un trastorno y ser medicados. Así, ¿quién se salva?
Por José Amar Amar
joseamaramar@yahoo.com
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