No conozco personalmente al ministro de Salud, Alejandro Gaviria, pero me había vuelto lector permanente de sus columnas en El Espectador, de los artículos en su blog y de su cuenta en Twitter, en donde sus argumentos y opiniones le han valido miles de admirados seguidores, así como la furia ocasional de una que otra feminista enceguecida por exceso de educación. Para quienes nos sentimos abrumados por la babosería de los medios nacionales, era refrescante la opinión de este profesor escéptico, como debe ser todo intelectual, técnico, como corresponde a un investigador, e irónico, como ha de ser cualquiera que pretenda sobrevivir en la Colombia actual.

A mí, en lo particular, me agradaban sus aplicaciones de herramientas estadísticas para el análisis de fenómenos de nuestra cultura, como la frecuencia de ciertas palabras en los medios impresos o la evolución del tamaño promedio del busto de las participantes en el Concurso Nacional de Belleza (ha decrecido).

Por eso me dolió verlo aceptar la cartera de Salud, un cargo para el que sin duda está preparado intelectualmente, pero que pone al servicio de este país ingrato una mente que quizá haría aportes más valiosos desde la academia y la opinión. Sin embargo, una vez aceptado el nombramiento le deseé, y le sigo deseando, la mejor de las suertes.

No estoy de acuerdo con quienes dicen que el Ministerio de la Salud debería estar bajo la dirección de un médico. Peor que un economista que no sepa de medicina sería un doctor que no supiera de finanzas, pues el sistema de salud colombiano, más que soluciones médicas (no estamos en Sudáfrica, en donde el presidente Jacobo Zuma recomienda duchas poscoitales para prevenir el sida), requiere soluciones financieras, políticas… y penales. En cuanto a los temas médicos, debemos confiar en que el Ministro sabrá asesorarse bien.

La reforma que ha presentado ante el Congreso está bien encaminada, diseñada para que el Estado recupere el control de los eslabones de la cadena que habían caído en manos de particulares inescrupulosos o ineficientes, pero sin llegar a una indeseable estatización del sistema. Pero como mucho me temo que será recibida a tijeretazos, chillidos de mico y arengas populistas (en la reciente reforma tributaria un senador logró una reducción del IVA para el salchichón y la butifarra: no sé qué tanto haya ayudado a reducir la pobreza, pero entiendo que están molestos los butifarreros ambulantes, quienes han tenido que cambiar su contabilidad), me dispongo a pedirle respetuosamente al profesor Gaviria un servicio adicional a la patria para cuando haya concluido su tránsito por el Ministerio (y el legislativo haya consumado la vivisección del proyecto): que, con la experiencia que le dará el haber conocido las entrañas del monstruo, nos regale en uno de sus textos esclarecedores el resumen de cuáles son los problemas reales de nuestro sistema de salud —los que sustentan los datos y la evidencia—, y cuáles sus posibles soluciones. Cuáles, también, son los mitos y mentiras que rodean este tema, tan fácilmente manipulable por los grupos de interés. Una vez retirada la entendible autocensura que impone pertenecer al Gobierno, su estilo como escritor e investigador lo harán inmejorable para ofrecernos ese análisis.

Por Thierry Ways
@tways / ca@thierryw.net