Un mundo se está descuadrando. La sociedad está sin pies ni cabeza. Ya no se baila ni se grita de alegría. El país no sabe por donde coger. Hay impotencia, hay frustración. Se evaporó la creatividad y la gente vive con melancolía. Los carnavales se caducaron, los museos están sin arte y las universidades son aulas de intolerancia. La gente alza la cabeza hacia el cielo en busca de respuestas. Hay miedo. Los extranjeros no vienen ni para hacer turismo ni para invertir. Las miradas son esquivas y nadie se atreve a contemplar por mucho tiempo los ojos del otro.
Mientras tanto, en un mundo paralelo, una mujer se levanta, se baña con agua fría, se sube al bus eléctrico que la lleva a su oficina, labora 8 horas, deja unas notas de agradecimiento a sus subalternos y vuelve hacia su casa. Cuando entra, sus hijos vienen a abrazarla. Le ruegan que les cuente sus actividades del día: ¿qué hiciste hoy?, ¿tus clientes estuvieron contentos?, ¿crees que mañana será mejor que hoy? La mujer orgullosamente responde que sí.
Entretanto, en la primera dimensión, el tiempo pasa a ritmo de caracol. El ambiente es soporífero. Nadie habla mucho pero todo el mundo sabe lo que pasa. En la televisión hay propagandas, pero estas contrastan con la realidad. La pesadez del aire no deja que los aviones despeguen. La energía social es escasa, las velas no alumbran como antes y la electricidad es intermitente. Todo es más caro, el trueque es la forma de pago y algunas personas ya no se acuerdan del olor de la plata. El poco dinero que queda igual ya no vale. El exilio es la única solución. La violencia, que aumentó, es callejera y se murmura que también es ideológica. Las persecuciones son diarias, no hay libertades y la ‘nomenklatura’ se enriquece mientras que el pueblo se iguala en pobreza.
De regreso en el mundo paralelo, la mujer, tras leerle dos cuentos a sus hijos y saciarles sus ganas de aprender, los acuesta a dormir. Antes de ella irse a la cama, habla con su hermana que está en otro país. Hablan del plan de esta de regresarse tras décadas en el extranjero. La hermana, con entusiasmo, le cuenta sus planes de emprender e invertir en su región natal y de reconstruir la casa familiar donde ambas solían jugar al escondite cuando estaban chiquitas. Las condiciones han mejorado, hay inventiva, efervescencia, debates en todas las esquinas, esperanza en el ambiente y hay inversión en el futuro. El Estado de derecho no patalea frente a los violentos, hay justicia e igualdad de oportunidades y las nuevas generaciones ven con optimismo los paisajes limpios y hermosos de su nación.
Hay dos mundos.
@QuinteroOlmos
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