Esta aparentemente sencilla frase del profesor Mockus regresó a mi cabeza repetidas veces mientras presenciaba el encuentro “Colaboración para el Desarrollo Sostenible en Colombia” en la Universidad del Norte, mi alma mater, la que me enseñó la profundidad de frases como esta, y me dio herramientas para luchar incansablemente hasta hacerlas realidad. Presenciar en mi segundo hogar el compromiso de importantes líderes mundiales por el progreso de los modelos educativos del Caribe colombiano, como el premio Nobel de economía Michael Kremer, los profesores Asim Khwaja y Juan Saavedra, de Harvard, y al empresario y filántropo Alejandro Santo Domingo, no solo me llena el corazón de orgullo, sino que es un hito que nos presenta una oportunidad que debemos aprovechar para generar importantes transformaciones que son imperativas para el sector y de gran trascendencia para el desarrollo sostenible de la región.

Este acontecimiento hace parte del legado de la familia empresarial más influyente en la historia de Colombia. Mario Santo Domingo y su hijo Julio Mario, deciden en 1960 sumar voluntades, y junto a varios empresarios crearon la Fundación Barranquilla, con el propósito de contribuir al desarrollo de la región Caribe. Entre sus principales iniciativas estuvo la Fundación Universidad del Norte, por medio de la cual la familia comenzó a apostarle a la educación como motor de transformación. Labor que hoy continúa por medio de la Fundación Santo Domingo, el principal canal del gran aporte filantrópico de la familia en Colombia.

62 años después, el miércoles pasado, fue lanzada en el Coliseo de Uninorte, la alianza entre la Fundación Santo Domingo y el Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard (CID), la cual busca consolidar un movimiento para la transformación y evolución del sistema educativo en Colombia. Se desarrollarán investigaciones en materia educativa en diferentes regiones del país, con énfasis en la región Caribe, buscando generar evidencia rigurosa sobre el impacto y la costo-efectividad de innovaciones educativas, con potencial de réplica y escalamiento, que logren reducir las brechas y afrontar los retos del sistema.

Retos que, como se evidenció en el encuentro, son estructurales y no son pocos: valorizar y enaltecer la profesión docente, aumentar la inversión integral en primera infancia, consolidar la continuidad de la trayectoria educativa para evitar la deserción, garantizar la conectividad en todo el territorio nacional, aumentar cobertura y gratuidad para aumentar la inclusión, disminuir la gran brecha entre la educación rural y urbana, y entre la pública y la privada, además de impartir educación pertinente y lograr la inserción de los jóvenes en el mercado laboral. Sin embargo, gran parte de los recursos para la educación se siguen gastando en programas y modelos que han demostrado baja efectividad. Y muchas veces se destinan importantes recursos a programas que ni siquiera sabemos si generan impacto positivo. Debemos evolucionar del gasto a la inversión en innovación en la educación en donde el rigor académico, la investigación y la evidencia juegan un rol preponderante.

Sin duda, el encuentro fue un espacio reflexivo de país en donde se evidenció que la transformación del sector educativo debe ser un trabajo con enfoque sistémico y multiactor, que haga uso de la investigación y la evidencia en la toma de decisiones, y que logre incidir en la superación de las barreras e intereses que truncan la transformación del sistema. Un reto monumental para este nuevo gobierno, pero que no da más espera.