Tanta gente aterrada con los resultados de las pruebas Pisa, que miden el nivel educativo de los países y en las que Colombia retrocede 10 puestos y queda de 62 entre 65 naciones: debe ser porque no han tenido que lidiar directamente con la calidad de la educación, y en particular de la pública, en este país.
Aunque no se trata de una de las entidades que evaluaron las pruebas, el siguiente ejemplo hace parte del mismo problema. En la empresa en la que trabajo, de unos 13 aprendices del Sena que habían cursado el programa de Tecnólogo en Contabilidad y Finanzas, apenas uno logró pasar una prueba admisión en las que se pedían cosas tan fundamentales a su formación como clasificar cuentas contables como “debe” o “haber”. (Como no se ha podido cumplir con la cuota de aprendices, ya que pocos tienen las competencias elementales para los cargos a los que aspiran, y como contratarlos es un requisito para las empresas, ahora el Sena amenaza con multar a la compañía con 15 millones de pesos. Con razón tantos empresarios prefieren pagarle al Sena el costo de la cuota de los aprendices, así no los empleen… pero ese es tema para otro día.)
En la educación, como también en la salud y en otras áreas, un tema recurrente en los últimos años en Colombia ha sido un aumento notorio en la cobertura de los servicios prestados por el Estado, pero acompañado de un igualmente notorio desplome en su calidad. Eso ha permitido a los gobernantes decir frases como “Hemos alcanzado un 90% de cubrimiento en…”, o “El 95% de población hoy tiene acceso a…”: frases que suenan bien, pero que esconden que lo que se ha ganado en alcance se ha perdido en efectividad. Por eso hoy tenemos escolaridad para todos, pero con los resultados que están a la vista. (Del lado privado también pasa: por eso ha decaído tanto el valor de un diploma universitario, pues casi cualquiera que tenga los recursos encuentra alguna universidad dispuesta a graduarlo sin demasiadas exigencias académicas.) Por lo mismo, en parte, está en crisis la salud.
El desempleo, también, ha bajado, lo que indica que hay más gente con trabajo, ¿pero trabajo de qué calidad? Y hasta en algo tan vital como la alimentación, el principal problema alimenticio de los estratos más pobres hoy no es la falta de comida, sino las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y el cáncer provocados por exceso de calorías vacías. Todos confirman el refrán popular de que abarcar mucho es apretar poco.
La eficacia de las políticas públicas debería medirse como se mide el área de un rectángulo: como el producto de la multiplicación de sus dos lados, que son cobertura y calidad.
Mucho de lo segundo y poco de lo primero, y terminamos con políticas elitistas y excluyentes, como los beneficios fiscales que entrega el gobierno a ciertos sectores pero que pagamos todos. Sin embargo, mucho de lo primero y poco de lo segundo es peor: es un despilfarro de los recursos públicos, produce insatisfacción y desconfianza hacia el Estado, y, para colmo, termina por debilitar la democracia. Pues mucha cobertura y poca calidad es la herramienta favorita del populista, que primero promete mucho para ganar votos y prestigio, y luego engaña al pueblo con la limosna de un servicio pésimamente prestado.
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