A un lado de la Alexander Platz, donde los edificios aún conservan el aire de socialismo que los berlineses no quieren dejar ir, se va formando, a primera hora, un enjambre de bicicletas de todas las generaciones.
Vienen del sur, con su gracia de medio de transporte de estudiantes del mundo, pero también de los rascacielos que han repoblado las riberas del río Spree, con los ceños fruncidos del invierno de estos días.
Antes de estacionarse, erguidas, en los parqueaderos exclusivos que el Ayuntamiento estableció, transitaron algún tramo de los 620 kilómetros de ciclovías, también propios, que el Departamento de Desarrollo Urbano construyó para que pudieran pasearse orgullosas.
Porque esa es la diferencia: mientras en Barranquilla osamos montarnos en bicicleta, en Berlín la sociedad opta por ellas.
En Europa, en general, este es un medio estratégico por su costo y sostenibilidad. En Londres, por ejemplo, The Mayor’s Transport Strategy está convirtiendo a la capital británica en la ciudad de mayor confianza en la bicicleta, con una red de 900 kilómetros de vías (London Cycle Network Plus). En París, el Schéma directeur du réseau cyclable parisien busca reducir el tráfico automotor en un 7% anual, mediante la destinación de 500 kilómetros de vías públicas para estos vehículos. Y en
Ámsterdam, ciudad modelo en esta materia, el 75 por ciento de la población usa bicicleta a diario en unas bien demarcadas rutas que el gobierno dispuso.
En Barranquilla, mientras tanto, los 18 grupos de ciclistas que hay registrados ya, tienen que pelearles un recodo de la vía a los camiones, buses, automóviles y mototaxistas que andan como dueños absolutos de la carretera. Si logran salir avante, ahora deben tener cuidado con algunas zonas de la ciudad, pues existe una alta probabilidad de que pierdan su vehículo o su integridad a manos de delincuentes comunes.
Y si por la gracia de Dios logran superar tales amenazas, su preocupación muta a las vías legales, en tanto un decreto distrital ordenó que deben transitar en grupo –uno detrás de otro–, con chalecos reflectivos, respetando los límites de velocidad y haciendo las señales manuales que están detalladas en el Código de Tránsito, siempre por la derecha, en una línea acrobática no mayor a un metro de la acera y sin invadir el carril de servicio público colectivo, so pena de multas de hasta cinco salarios mínimos.
En Barranquilla, pues, montar en bici es una actividad de alto riesgo.
En Europa también he visto reglas. Y severas. Pero también vías, y un respeto estimulado por las propias autoridades.
Cuando Berlín intervino para reglamentar la bicicleta, de hecho lo hizo para estimular el uso. Por eso creó el Consejo de la Bicicleta (Fahrrat), que involucró a entidades gubernamentales, asociaciones ecologistas, usuarios de la bicicleta y operadores de transporte.
Pero el decreto distrital es un compendio inconsulto de obligaciones y penas. Y uno se pregunta (amén de las otras carencias): ¿cuáles son los derechos de los ciclistas y quién vela por ellos?
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@AlbertoMtinezM