La frase que uso de título es la respuesta de un maestro tibetano para un alumno angustiado frente a lo inevitable, que trato de hacer una forma de vida para ubicarme en el aquí y ahora y dejar de perder tiempo y ganar tristeza encallada en la nostalgia y en los recuerdos, porque es mentira que todo pasado fue mejor: lo único verdadero y bueno, así sea de muy difícil manejo y tenga sabor amargo, es el momento en que vivimos, este instante cuando tú me lees que es el mismo instante este, cuando escribo. He ahí la paradoja del tiempo en lo que está escrito, que es siempre un presente según cada quien vaya leyendo, aunque la historia que se cuenta envejezca con esa otra irrealidad que denominamos día cuando, de verdad, lo que existe es luz y sombra, energía que se presenta y se ausenta.

Lo inevitable es todo aquello que sucede independientemente de nuestro deseo o designio, es el azar hecho realidad, es el espacio de tiempo durante el cual no podemos modificar lo que deviene ni tenemos posibilidad de escapar, es insoslayable y terminante, sucede a pesar de cualquier intento de evasión o modificación y de ahí que lo mejor sea colaborar incondicionalmente con ello, porque se hace más rápido, liviano y factible de poder calificar sino como agradable al menos como soportable.

Y resulta que la principal contingencia inevitable es la muerte, propia o ajena, y ¡ah! difícil que nos resulta a la mayoría siquiera usar un tono normal cuando la mencionamos, aún a los profesionales de la salud física o la mental que usan rodeos y procuran disfrazarla cuando han de presentarla a un paciente o a sus allegados y son capaces de incurrir en una tétrica práctica que consiste en alargar artificialmente la vida inútil del enfermo, aún a sabiendas de que toda suerte está echada y la muerte está al acecho tratando de entrar en un cuerpo falsamente mantenido vivo. Eso me parece lo más reprochable y sucio en el ejercicio de la medicina, porque el ideal es colaborar incondicionalmente con la muerte de quien ya no tiene esperanza de vida buena y útil. Es abominable esconderse detrás del juramento de salvar vidas a sabiendas de que insuflan hálito a un desvencijado cuerpo donde la consciencia está ausente y solo un alma intenta desesperadamente abandonar la prisión.

Existen muchas circunstancias inevitables en nuestra vida diaria menores que el dejar de existir, pero ninguna causa el terror y la parálisis mental como el tomar la decisión de irse o dejar de retener en este plano a quien ya está a medio camino entre la vida como la conocemos y lo desconocido, ese más allá que las religiones describen de muchas formas distintas aunque ninguna nos da prueba de qué sucede realmente cuando nos declaran muertos. Creo que morir es más fácil que vivir, no tengo duda alguna, lo duro es enfrentar ese momento inevitable y tener la capacidad de colaborar incondicionalmente con la partida.