En estos días me escribió un hermano haciendo la vieja pregunta acerca de si el hombre nace sano y la sociedad, o cualquier otra cosa, lo corrompe y, después de recolectar alguna información sobre el tema para enviársela, me puse a pensar lo que yo opino al respecto.
Lo primero que pienso es lo que sabemos por la neurociencia en el sentido de aceptar que hay un proceso evolutivo al cual pertenecemos y que no podemos soslayar porque, en efecto, no nacemos como un tabla rasa sobre la cual se puede inscribir cualquier impronta y transformar a la persona en aquello que no era inicialmente. Es decir, nacemos con un código genético que es común a todos los seres humanos y que compartimos desde lo que se ha denominado L.U.C.A., que quiere decir Last Universal Common Ancestor, o sea, ese antepasado común que compartimos con todas las especies vivas sobre la Tierra. Que es un antepasado común quedó demostrado cuando se descifró el genoma humano y se vio que era universal.
Ese código genético ha dado para desarrollar unos instintos básicos que tienen que ver con la conservación de la especie a partir de unos mecanismos de defensa que se fueron desarrollando en el cerebro y que propenden por aquello que nos favorece, no por lo que nos destruye. De hecho, dentro de ese desarrollo se asume que heredamos de los mamíferos un sistema límbico o cerebro emocional que aportó a la evolución la socialización, la conducta lúdica, la comunicación audioverbal y el amor paterno filial. En ningún momento de los millones de años que lleva el proceso evolutivo ha habido el más mínimo asomo de las conductas autolesivas ni la proclividad a hacerle daño al otro.
Cuando surge la cultura como constructo abstracto del cerebro es cuando aparece sobre la Tierra el libre albedrío y la patología mental, dos campos completamente distintos pero que se tocan en algunos momentos para llevar a la sociedad universal a sus diversas manifestaciones.
Hay una patología mental que es una especie de desviación del desarrollo cerebral típico que da para los diferentes diagnósticos que conocemos y, por supuesto, una patología social en la que actúa directamente el libre albedrío, aquella capacidad de decidir cómo nos comportamos individual y socialmente.
La pregunta es obligatoria: ¿Es Colombia una sociedad mental y culturalmente enferma? La respuesta es afirmativa en ambos sentidos. Basta con leer los periódicos o escuchar los noticieros para aceptar que lo relevante es el abuso, la masacre, la venganza, el suicidio, el feminicidio; pero también el desfalco a la Nación, los negociados, la mentira y el cinismo político, los curas y pastores haciendo política, la falta de humanismo para no conmoverse frente al sufrimiento del enfermo y hacer de la salud un negocio lucrativo.
¿Tenemos salvación? No sé. Mi punto es: o nos arreglamos como país o se lo dejamos a la evolución.
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