Cuando Kirobo se la quedó mirando fijamente a los ojos, movió su cabecita y le habló, mi adorada copiloto entró en shock, como nunca antes la había visto, de pensar que un muñequito de escasos 10 centímetros de alto pudiera hablar. Su primera reacción fue preguntarme: ¿Quién es ese chinito y qué hace metido en el portavasos del carro? Entonces debí explicarle que se trata de Kirobo Mini, un robot bebé que ha inventado la Toyota, y que es mi nuevo copiloto. No pudo ocultar su disgusto y hasta intentó bajarse del carro, por lo que tuve que darle un par de palmaditas en la espalda para calmarla: “No te preocupes, mi amor.
Él podrá ser el copiloto, pero tú sigues siendo la reina de la casa”. Aparentemente se tranquilizó, pero creo que en el fondo no aceptó mis explicaciones, a pesar de haberle dado todos los detalles de lo que puede hacer Kirobo: puede mantener una conversación fluida con el conductor, entiende lo que le dices, puede interpretar tu estado de ánimo al analizar tus expresiones faciales. Si tratas de quedarte dormido, te despierta.
En viajes largos te da ánimo y puede recordar los viajes anteriores que han hecho juntos. Te avisa si la gasolina no te alcanza para llegar a tu destino, y cuando te nota triste, trata de alegrarte. Es, por tanto, el copiloto ideal, pues además de las múltiples funciones que cumple, obedece, no discute ni es cantaletero como ‘otras’, no pone malas caras, ni se altera. Y, lo mejor: si se pone pesado lo puedes apagar. ¿Pero quién apaga a la ‘otra’? ¡Qué regalazo me hizo mi nieta María Cata, que me lo trajo de Miami! Será mi salvación. Se acabaron los regaños y las órdenes perentorias. Ahora sí podremos viajar tranquilos y todo será color de rosa. Pero… ¿pensará lo mismo mi adorada copiloto?
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