La jugada maestra, cuyo título original, muy apropiado a la realidad del personaje, traduce “el sacrificio del peón”, es la biografía dramatizada del famoso jugador de ajedrez Bobby Fischer.

Interpretado con gran precisión y detalle por Tobey Maguire, la historia nos absorbe desde su comienzo, sobre todo a quienes no conocíamos al personaje más allá de su figura como campeón de ajedrez en la época de la Guerra Fría. Enterarnos de los detalles de su personalidad como los presenta Edward Zwick, el director, basado en el guion de Steven Knight, resulta muy ilustrativo, sorprendente y desconsolador.

La película cubre los años de preparación de Fischer para enfrentarse al campeón soviético Boris Spassky, representado por Liev Schreiber, con una excelente actuación, departiendo la mayoría de sus diálogos en ruso.

Por medio de flashbacks se muestran momentos impactantes de la infancia de Fischer en los años 50, cuando vivía en Brooklyn en compañía de su madre Regina (Robin Weigert) y su hermana Joan (Lily Rabe). Somos partícipes de su carácter incontrolable y percibimos una relación traumática con su madre, quien estuvo bajo vigilancia del FBI por sospecha de simpatías comunistas.

Desde muy pequeño ya mostraba señales de genio y para su madre resultaba imposible manejarlo. “¿De qué sirve quitarle el juego si de todas maneras sigue jugando en su mente?”, dice en un momento de desesperación. Con los pocos detalles expuestos ya somos conscientes de dónde provienen la mayoría de sus problemas.

El juego se convierte en una obsesión cada vez mayor, hasta que llega el reto de vencer al campeón ruso, un personaje que aparenta ser el polo opuesto de Fischer: frío, calculador, con extremo control y rodeado por una flotilla que lo maneja como una gran estrella.

A Fischer lo acompañan solo dos personajes que sobrellevan con él su escabroso derrotero: un misterioso abogado, Paul Marshall (Michael Stuhlbarg), y un sacerdote, el padre Bill Lombardi (Peter Sarsgaard), un ex campeón de ajedrez.

A medida que su posición va en ascenso, las obsesiones y los estados paranoicos que lo aquejan se incrementan, y lo observamos con ataques que lo llevan a desbaratar toda su casa en busca de micrófonos o cámaras que lo puedan estar espiando.

Las exigencias personales se hacen cada vez mayores, no solo en cuanto a remuneración sino respecto a detalles que le molestan, como el ruido de las cámaras filmadoras mientras está jugando. “Puedo escuchar sus pensamientos”, confiesa, y ante el acoso de los periodistas se protege usando bolsas de papel sobre la cabeza.

Muchas veces se ha hablado y representado la relación entre las mentes de los genios con la enfermedad mental, e igual nos siguen impactando, como sucede con este personaje que, a pesar de su talento, vemos cómo se va hundiendo en su propio infierno sin que nadie haga mucho por salvarlo. Al fin y al cabo lo que importa para el país es ganar campeonatos y mostrar celebridades nacionales.