Hace pocos días los medios informativos reportaron un nuevo caso de irrespeto y agresión a la autoridad. En esta ocasión fue una funcionaria de la rama judicial quien en Barranquilla, y en un estado de suma alteración, increpó a unos agentes de la Policía, amenazándolos, señalándolos y acusándolos con una serie de expresiones sin duda censurables. Todo el episodio quedó registrado en un video que se difundió rápidamente gracias al enorme impacto y al interés morboso que generan este tipo de sucesos. Resulta especialmente triste que esa sea la manera en la que muchos colombianos se relacionan con quienes deben velar por nuestra seguridad, pero también sorprende la pasividad que exhiben aquellos que se ven sometidos a este tipo de tratos.
En cualquier país serio es muy probable que la actuación de la funcionaria que he mencionado le hubiese valido un arresto. Yo no me imagino a una persona dirigiéndose de esa manera a un agente de policía en Londres o Berlín, para luego irse a su casa tranquilamente. Aunque se comprende que existan momentos en los que la Policía o cualquier figura de autoridad caiga en errores e inclusive en algún abuso, nada excusa el maltrato, el irrespeto y el insulto sin consecuencias. Que una persona, o peor, que un funcionario público actúe de esa forma dice mucho del estado de descomposición general en el que estamos los colombianos: creemos que ciertos cargos y ciertas posiciones entregan patente de corso para hacer lo que nos da la gana y a quien nos da la gana, y que en el peor de los casos una llamada al amigo poderoso nos sacará del lío.
La Policía tiene que hacerse valer. Comprendo las dificultades que en un país tan violento como el nuestro puede suponer actuar de formas que generen respeto, pero esto es fundamental para que se cumplan los acuerdos básicos que debe mantener una sociedad en orden. En Chile, para no irnos tan lejos, los carabineros transmiten tal imagen de seriedad y rigor que a nadie se le pasa por la cabeza agredirlos, ni siquiera proponerles un soborno, tales comportamientos acarrean detención y castigo y un proceso legal efectivo. Como consecuencia, existe de antemano un efecto disuasivo que evita ciertas actitudes altaneras y agresivas que enturbian bastante la convivencia, un escenario que facilita el bienestar general.
Debemos comprender que los miembros de la fuerza pública merecen nuestro absoluto respeto, obediencia y consideración, y que agredirlos es un ataque a la sociedad misma. Por otra parte, los miembros de esa fuerza pública, y especialmente los miembros de la Policía, deben actuar de tal manera que el respeto les sea concedido. Aceptar sobornos y caer en el juego del insulto o permitir que los agredan no ayuda a que esto suceda. Trazar la línea que nos permita separar el control y la autoridad del abuso y la injusticia es uno de los mayores retos que debemos enfrentar. No es fácil, tendríamos que superar la violencia que tanto nos afecta.
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