Los adjetivos y los adverbios, carajo, salieron a caminar esta mañana muy tiesos y muy majos. Y, cuando les daba un ataque de afasia, en medio de la fijación oral de la democracia, con el alma partida, rogaban una cura urgente para su semántica adolorida.

Y mira qué cuento, apareció don Andrés Bello y, detrás de él, no menos cruel, figúrate mija, estaba don Antonio de Nebrija, entre ceja y ceja, qué gente tan vieja, y todavía bajo el sol, como quinientos años de idioma español. Y entre las nubes, una voz enardecida dijo, y yo no la corrijo: “así como los adjetivos califican al sustantivo o nombre, que no te asombre, los adverbios, tan soberbios, modifican al verbo, tal es el linaje de su acervo”. Frente al muro de cal y canto, donde te pensaba mi espanto, como ante el pelotón de fusilamiento, me llegaron entonces otras ideas al pensamiento.

Lentamente, como una canción, ven a mi lado y te las digo. El adjetivo está vivo y se expresa en tres grados, según revele cualidades o intensidades en sus carnavales. Ahora sigo, cuando solo expresa una cualidad, está en grado positivo: “Eres bella como una estrella y yo soy sincero como un lucero”, oh poeta huesero. Pero si vamos a entrar en el asunto de las calidades, súper vivo, nada has ganado, estamos hablando del grado comparativo. Y ahora, definitivo, te diré que hay comparativo de igualdad, de inferioridad y de superioridad, y eso hasta la eternidad. “X es igual que Y, menos que Y, o X es un argentino, che”. Pero más vistoso, ya arribo, a este hazañoso, el superlativo. Y pongo punto porque también llego al quid del asunto.

“Es muy rápido el fórmula uno”, dijo alguno. Pero ninguno, sin morir, puede decir: “El fórmula uno es muy rapidísimo”, no Lucas, nanai cucas, que le sienta malísimo al idioma, aunque seas de la loma, como una maldad de pervertido mezclar el comparativo de superioridad con el superlativo. Sigue vivo. Bájate de eso potro: o es lo uno o es lo otro. Tampoco puedes, ni debes, malhadado, confundir en el mismo brebaje, uy uy uy, el adverbio “muy” con el adjetivo “demasiado”, que esa es cosa de malevaje, que no tiene indulto ni es un español culto, que le cortas el cuello a don Andrés Bello. No rabies, que no se te mueva el litio, no quiero ofender a nadie, sino poner las cosas en su sitio. Porque, amor mío, yo te amo de costado, pero jamás te amo demasiado. Las termas, que está enferma.

“Muy” es un adverbio, como una red de nervios, y antepuesto a nombres adjetivados, adjetivos, participios y modos adverbiales, por eso no lo puedes matar, se usa para denotar en ellos grado superlativo de significación, canta bien la canción. Cuando dices “demasiado” implicas, adjetivado, que ya fue suficiente, que te estás pasando de la raya, canalla, que rompiste los cristales y caíste en los siete pecados capitales. Si quieres seguir vivo, y en el orden de Dios y el estatuto, no seas tan bruto: “demasiado” es un contenido negativo. Si un día, para mi mal, viene la muerte a mi lado, no me amen demasiado, no usen ese antifaz, que me van a matar más y, encima de la loma, yo voy a ver los espantos del idioma.

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