Tras bambalinas del gran escenario político en la Costa Caribe los diálogos de los actores son de terror, con vestigios de drama y muchos apuntes de comedia.

El saca-mete de las candidaturas y el afán de pantalla en los medios de comunicación es más fuerte que las ideologías y las lealtades partidistas. Por lo visto, leído y escuchado, esos son valores del pasado. Ya no existen esos valores, ni siquiera entre algunos sectores que fungen de progres, de democráticos o de izquierda. Es romanticismo puro y cursi, calificado por los viejos y nuevos zorros como “elemental inocencia política”.

La habilidad ahora, lo que en realidad produce admiración entre esa camarilla de aspirantes al poder, es saber mover las fichas para que no los pillen en actos que califican con picardía tropical como “maldades”. Son las mismas ‘maldades’ que en estruendoso jolgorio los actores de la trama electorera celebran como una ‘hazaña’ del momento, cuando a alguno se le da por contarla en una muestra de vanidad delincuencial y de envidiable capacidad histriónica.

Muchos registradores, testigos, claveros y jurados caminan en una cuerda floja bien aceitada sobre esas arenas movedizas que es el amplio espectro en el cual se decide nuestra jactanciosa y dudosa democracia.

Y tal vez el hecho más denunciado y menos controlado es el de la figura mediante la cual los caciques puedan llevar una rigurosa contabilidad de los votos. Se llama trashumancia electoral y este año ha llegado a niveles no imaginados, descarados y bochornosos. También hay que reconocer que como nunca, el Estado ha intervenido con algunos resultados como son la anulación masiva de la zonificación en varias regiones del país. Pero la trama sigue.

Y de ello hablan las autoridades en todos los frentes de la institucionalidad, con presumible y denodado interés por defender el bien común. Pero no hay mucha sinceridad en esto. La mayoría de los funcionarios públicos que asisten a los comités electorales dependen de un padrino político que llegó al poder mediante las oscuras, reconocidas y socializadas palancas que los ayudan a ser elegidos. Y seguro que algunos de esos funcionarios nada tienen que ver de manera directa con la trampa, pero sus protectores sí.

Como va nuestra democracia y su fiesta, este no es más que un evento mentiroso y envilecido que perpetúa en el poder a los mismos. Es el repetido acto teatral que origina ríos de tinta en los periódicos con infructuosas y sufridas columnas de opinión.

¿O hay alguna explicación posible que cada vez que hay elección municipios como Puerto Colombia, Piojó, Juan de Acosta, Suan y Campo de la Cruz repitan el gran premio de la trashumancia?

En cada elección sus actores reciben el Óscar por la mejor película de la trampa electoral. Y ahí van, salen en fotos de primera y de tercera; en horarios prime time de la TV y de la radio matutina. Son consultados sobre lo divino y lo humano y fungen ser hombres y mujeres de bien en su vida privada, pero en lo público se toman ciertas libertades, tantas como para actuar de ‘los buenos’ cuando en el fondo son forajidos electorales.

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