La pretenciosa posición de la prensa de ser ‘palabra de Dios’ sobre todos los hechos y la poca calidad de la información se patentiza en la forma como son cubiertos los diálogos en La Habana.

Un interesante monitoreo de la cobertura periodística del proceso de paz realizado por la Facultad de Comunicación de la Universidad Javeriana deja ver los claroscuros de este capítulo de la historia. Del débil cubrimiento se desprende una franja de colombianos pesimistas, que en parte no tiene idea de por dónde va tabla y en parte le apuesta al fracaso de las conversaciones para que le vaya mal a Santos.

¿Y el país? Que se joda, contestan algunos con cínica sinceridad. Lo hacen por información satanizada contra las Farc o por desinformación, o por venganza, o por pura mala leche nacional. Es que el ‘malalechismo’ es un deporte que se practica con frenesí en este país que dejó de ser del Sagrado Corazón para convertirse en el de los odios prestados o heredados. O inclusive robados. En general la posición colombiana depende de cuán firme tengan el corazón y cuán grande la mano. O al revés. Es como sí idolatrar a Uribe incluyera odiar el proceso. U odiarlo implicaría apoyar a Santos, así se haya equivocado en la estrategia del manejo comunicativo de los diálogos.

En la retahíla diaria de informes, noticias, análisis, editoriales, caricaturas y breves hacen falta más verbos como conciliar, perdonar y reparar. No es una posición blandengue contra una guerrilla que en las últimas tres décadas cambió su norte de reivindicación de los afligidos como su principal premisa, para dedicarse al ‘narconegocio-socio’, bajo el machucado argumento de que el fin justifica los medios, después de episodios como el crimen sistemático de la UP. Y nada, farosos, justifica los medios.

Lo que se ha encontrado es que los estándares de calidad de la información en el cubrimiento del proceso de paz en Colombia tienen la urgente necesidad de exorcizar los sesgos periodísticos. El estudio aplica las teorías y categorías de la investigación basadas en la noticiabilidad, la agenda Settim o selección de la información y el Franing o en encuadre y línea editorial.

¿La gente tiene información neutral o tratada en el tema?, se pregunta el estudio. La respuesta no es tan difícil y la razón puede obedecer a la confidencialidad que tiene la información que se produce en La Habana. Entonces la gente opina bajo el termómetro de la emoción. Poco seso y más rencores o malquerencias.

Otros factores alientan el mal manejo de la información como la obligada cuota de inmediatez de la noticia, y las miradas periodísticas quedan sobre los acuerdos generales del proceso.

En nuestra Región Caribe, de la cual no hace análisis el monitoreo, las facultades de Comunicación tienen una responsabilidad enorme. Hay un vacío de información política entre los estudiantes y un vacío de la historia nacional. No saben el porqué de muchos hechos y toman posiciones que patentizan irresponsablemente en sus notas que tienen un impacto masivo. Hay que ver la fuerza que tiene la palabra escrita, así sea errática, o la voz en radio y televisión. El déficit nacional es grande, pero el nuestro es un abismo enorme. Es un avestruz que no solo hunde la cabeza en un hueco sino que además se la corta.

En esta región no hay muchas fuentes, dicen algunos periodistas que no acuden a la academia sino a los funcionarios, a los opinadores profesionales y a los pantalleros con labia y amplio lenguaje. Un diagnóstico final y cierto: el proceso necesita autoestima.

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