Cómo haremos para escribir una croniquilla (así lo escribimos, quitándole importancia a lo que generalmente escribimos en estas columnas) sobre un personaje beisbolero de las grandes ligas, cuando de golpe y porrazo cuando íbamos a poner su nombre en la gacetilla nos topamos con que el bendito nombre de ese astro del béisbol que acaba de fallecer, “pego a correr de nuestro cofre de la memoria y no habido forma que lo hayamos podido traer a su recinto habitual”. ¿Qué talito ‘la jugada’?
Un familiar que nunca ha escrito ni un vale para la tienda de la esquina nos dice con el optimismo alegrón que adorna a los escritores vírgenes o inéditos, porque su hábito a la actividad mental es criticar a los que si le entran con todo y que viva la virgen del Perpetuo Socorro, nos dice que vaya dejando el espacio en blanco para colocar su nombre en cuanto que el pajarraco de marras haya accedido a penetrar otra vez de donde nunca debió haber salido.
“¡Y vaya lo que nos pasó!”. En vez de mandarlo en patines a casa del gran carajo, terminamos por acceder al petitorio que se las trae.
Así, tenemos para nuestros lectores que el hombre que hace poco falleció luego de haber vivido hasta las vecindades de los 80 carnavales, el tipo jugo en varios clubes de las Mayores, pero en donde mas se destacó fue en los Medias Blancas de Chicago. Era de color, pero eso no fue obstáculo para haber conquistado la admiración de miles de chicagoenses beisboleros.
Era un pelotero de gran arrojo, pues le dieron docenas de pelotazos en la caja de bateo. Si se necesitaba tomar una base por bolas, ¡ahí estaba él para arrimarse más al plato de lo que lo hacía normalmente!. Cuando un pitcher malicia eso, que le están tratando de conseguir una base por bolas, lisa y llanamente que le lanzan pegado al cuerpo. Y si ese pitcher es de los que tienen gran velocidad, hum…! A sacar el “culapio” de allí! El único que no lo sacaba era él, miembro de la generación que no conoce el miedo.
¡Cojones, dijo la baronesa! Ya estamos en los finales y nada que el nombre nos vuelva. ¿Qué hacer? Lo único es apelar a ese prodigio del periodismo consultivo para saber cómo se llama este tío, a quien en vida le negaron injustamente su ingreso a la inmortalidad deportiva, teniendo guarismo para merecer esa grandiosa distinción. Íbamos a llamar a internet cuando nos llegó de vuelta el nombrecito que nos metió en un brete hasta el epílogo bendito:
¡Orestes Miñoso!