Valledupar sigue siendo un pueblo grande a medio camino entre su aspiración a ser una pujante metrópoli y las nostalgias de la aldea fundacional. Sin embargo, esa extraña mezcla entre pre y postmodernidad, entre tradición y vanguardia, es, tal vez, su principal encanto. Durante el Festival Vallenato la ciudad se transforma en un revoloteante enjambre de personas, vehículos y sonidos que circulan sin cesar por todos sus rincones.

El resto del año es una ciudad apacible con los problemas propios de las ciudades del Caribe: alto desempleo e informalidad, incipiente congestión vehicular, inseguridad, y una decreciente y regular oferta de servicios públicos domiciliarios, en particular, los de energía y acueducto. Pero, durante Festival la ciudad es invadida por hordas de turistas que vienen en busca de su principal atractivo y patrimonio: la música vallenata.

El pasado Festival coronó a Mauricio de Santis como nuevo rey de la categoría profesional. Un acordeonero de ascendencia italiana, nacido en Córdoba, quien tras seis participaciones en el concurso de acordeones, tres de ellas como finalista, conquistó, por fin, el preciado título que lo acredita como real descendiente de los trovadores y juglares del folclor vallenato.

Con una capacidad para 22 mil espectadores, el Coliseo del Parque de La Leyenda Vallenata registró una regular asistencia la noche de la inauguración y lleno total las restantes tres noches en las que los artistas consagrados del género (Poncho Zuleta, Jorge Oñate, Peter Manjarrés, Silvestre Dangond, Martín Elías y Mono Zabaleta, entre muchos otros) alternaron con internacionales como el venezolano Franco De Vita, el dominicano Juan Luis Guerra y el puertorriqueño Marc Anthony.

De manera similar, los numerosos eventos alternos al Festival (Río Luna, los clubes Valledupar y Campestre, el Tsunami Vallenato, la Fiesta a Salvo, Sinaltrainal, el Bar Águila y el parqueadero de Biblos, entre otros) también registraron una copiosa asistencia. En fin, hubo público para todos los espectáculos gratuitos y pagos, públicos y privados. Los empresarios de la música hicieron su agosto, como también los artistas vallenatos, los hoteles, la parahotelería, los meseros, los vendedores ambulantes y hasta los taxistas, que aprovecharon para cobrar la carrera tres y cuatro veces por encima del precio normal.

Este año llegaron por el terminal de transporte cerca de 37.485 turistas. Ingresaron a la ciudad 4.000 vehículos particulares, sin incluir buses interdepartamentales que incrementaron sus frecuencias para dar abasto a la altísima demanda de pasajeros. En comparación con el año anterior, hubo un aumento de 7.997 viajeros más, al igual que 1.119 automotores.

Por vía aérea se calcula que ingresaron cerca de 9.000 pasajeros, en 85 vuelos comerciales de las aerolíneas Avianca, LAN, ADA, Easy Fly y Viva Colombia, las cuales aumentaron hasta en 4 y 5 vuelos diarios adicionales a las rutas ordinarias. No se incluyen los vuelos de aviones privados que coparon el pequeño espacio de parqueo del aeropuerto Alfonso López.

Para garantizar la seguridad, la Policía desplegó 1.674 uniformados de diferentes especialidades, dos helicópteros, un dron, 150 motocicletas y 40 vehículos. Otro tanto hizo el Ejército Nacional. Por ello, en la temporada festivalera (del 24 de abril al 2 de mayo) no se registró un solo homicidio, aunque sí varios atracos y algunas estafas a turistas distraídos. En conclusión, el Festival Vallenato sigue siendo el principal motor de la economía local, pero la ciudad como tal tiene muchísimo que mejorar en infraestructura de servicios para estar a la altura del evento que ha puesto su nombre en el mapamundi.

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