Dicen que nació en 1547, el 27 de septiembre, día de San Miguel Arcángel, de ahí su nombre. Hablo de Miguel de Cervantes Saavedra, padre de Don Quijote de La Mancha, amigo del alma. Cuentan que cuando arribó a sus 48 años de edad había perdido todas las batallas de la ardua vida. Dicen que murió el 23 de abril de 1616. Sabemos de seguro que fue un soldado, quien jamás se envaneció de haber escrito una obra maestra.
Había quedado inutilizado del brazo izquierdo en la batalla naval de Lepanto, el 7 de octubre de 1571, luego de batallar valientemente contra los moros, como correspondía a su dignidad de poeta guerrero – “estas heridas antes me parecen bellas que feas”, decía– , en el esquife de la galera Marquesa, donde viajaba, bajo las órdenes de don Diego de Urbina. Ese día tenía fiebre, pero febril fue toda su vida.
En 1569, padeció el cautiverio bajo los piratas árabes, condición en la que estuvo sumido un lustro de inenarrables padecimientos, hasta que tanto su familia como los mercaderes cristianos de Argel lograron reunir unos 300 escudos que el Bajá de Argel, célebre por su crueldad y sus depravaciones sexuales, exigía por su liberación. Esa suma se recaudó justo a tiempo cuando este arcángel de las letras ya había sido embarcado en una nave rumbo a Constantinopla, donde de seguro habría muerto sin cumplir su cita con Don Quijote.
El Manco de Lepanto retorna a España, donde encuentra a sus padres envejecidos y a sus dos hermanas, Andrea y Magdalena, dedicadas al oficio más antiguo del mundo. Busca empleo, como cualquier colombiano de hoy. Pero su hoja de vida de héroe no le consigue más que una oscura misión de espionaje en Orán y, después, el infame cargo de recaudador de impuestos, en una época en la que el campesinado español ya estaba hastiado de las imperiales guerras de Carlos V y de su católico hijo, Felipe II, así como del servicio militar obligatorio y los tributos despiadados. Cervantes soñó con venir a Cartagena de Indias, pero jamás lo logró.
Entonces intenta hacer fortuna en el teatro, pero el huracán creativo de El Fénix de los Ingenios, Félix Lope de Vega y Carpio, arrasa implacable con sus pretensiones de dramaturgo. Se casa con Catalina de Salazar y Palacios, veinte años menor que él, y escribe La Galatea, una novela pastoril según el gusto de la época, que él mismo descalifica en el Quijote, por boca del cura. También redacta sus Novelas ejemplares. Su sino quiere, no obstante, que un banquero sevillano se fugue con los tributos recaudados por el escritor, quien va a prisión una vez más. Pero sabe cómo volver oro el lodo, este alquimista de la literatura.
En la cárcel, dicen que en esa Argamasilla de Alba, de cuyo nombre no quiere acordarse, envejecido por los rigores de su existencia plena, cuando los signos de su experiencia solo le comunican mensajes de fracaso y desdicha, él, Miguel de Cervantes Saavedra, que nunca fue don Miguel, ni falta que le hizo, poeta y guerrero, hombre entre los hombres, padre nuestro, santo patrono de los escritores, comience a escribir las páginas de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha, su libro infinito.
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