El carnaval es un complejo tejido de intereses particulares y generales que se entrelazan con delicadeza y con rudeza. Algunas veces con finos hilos y otras con grueso curricán.

Ya estamos acostumbrados a una larga y acalorada polémica después de cada fiesta. Es el Miércoles de Ceniza cuando aflora un espíritu de contradicción y crítica, por un lado, y un mar de elogios y gratos recuerdos, por otro. Eso es de manera sencilla la muestra de sentido de pertenencia que se tiene por este aparatoso evento lúdico que nos hipnotiza y seduce. Ya sea por catarsis social, ya sea por diversión sin freno.

Sabemos entonces que Barranquilla cada Miércoles de Ceniza se torna en una fecha de reflexión más de lo social, económico y logístico del bendito carnaval, que de la celebración litúrgica instituida por la Iglesia Católica para darle comienzo a la Cuaresma.

A la andanada de este año por la champeta en llantas devorando a las cumbiambas y a los congos se suman los presentadores de la televisión nacional jugando con sus celulares en la Batalla de Flores mientras desfilan. Nadie les impone directrices sobre su participación y el público, sobre todo el de aquí, se siente irrespetado.

Carnaval S.A. trabaja duro, sin dudas, y argumenta que para que el asunto salga como debe ser es necesario mayor apoyo económico del Estado, extendiendo el sombrero al Distrito con mirada exigente. De lo contrario los clientes que pautan serán los que sigan imponiendo sus gustos e intereses comerciales por encima de la tradición. Es algo así como la pauta publicitaria aplastando el deber ser de la fiesta como es la visibilización de los grupos emblemáticos, que solo se ven de buena manera en la Gran Parada. De ahí que mucho turista que no conoce la esencia se va con el sabor kitsch de que el Carnaval es solo lo que desfila el sábado por la Vía 40. Reconozcamos que este año la marca de ciudad se llevó las palmas usando el himno y un eslogan como leitmotiv. Las banderas y capuchones despertaron un sano chauvinismo. Aplausos.

Recordemos que cuando en 1991 fue constituida Carnaval S.A., el objetivo principal era hacer gestión en lo privado para organizar la fiesta. Pero esa propuesta de pedir el apoyo de la Administración local es contradictoria, porque si eso se da, la empresa perdería su razón de ser y en ese caso la operación volvería a manos del Distrito. Pero recordemos también que cuando lo manejaba el Municipio de Barranquilla el asunto era un relajo total. Es cierto, las cosas han cambiado ahora, pero así era antes.

El objeto de la privatización fue buscar recursos en ese sector y no con el asistencialismo del Estado, por eso hay que lograr vías de comercialización con marketing cultural.

Ya la ciudad en 1991 hizo su aporte con $50 millones en efectivo y la invaluable concesión del espacio público “para el desarrollo normal de las actividades del Carnaval”. Los caminos no son difíciles, hay que buscarlos y andarlos, como lo ha hecho esta fiesta nuestra por más de 150 años.

Confieso: no me alcanzó el espacio para el Festival de Orquestas. ¡Qué tiempos los del Coliseo!
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