Es curioso que se haya pasado por alto una importante efemérides literaria: hace diez años, Gabriel García Márquez dio a conocer al mundo la que sería la última obra de ficción que publicó en su vida: Memoria de mis putas tristes.
Esta novela corta, o nouvelle, inundó las librerías de España y América Latina en octubre de 2004, de modo que por estos días, hace una década, y al contrario que ahora, se estaba hablando y escribiendo mucho de ella en los medios de comunicación, en la academia, en la calle. Era comprensible, no sólo por el prestigio del autor y el gran tiraje que se hizo del libro (que apenas rebasaba las 100 páginas), sino porque entonces hacía también ya diez años que García Márquez había publicado su anterior novela: Del amor y otros demonios (1994).
Recuerdo que el grueso de los medios y del público se ocupó de una bagatela: que si era o no obsceno el término “putas” en el título; la opinión se dividió: increíblemente, hubo algunos que juzgaron inapropiada esa palabra en la portada de un libro e indigna de mención en una conversación o un programa informativo dirigido a las damas y a los niños. (Ello prueba que, en algunos sectores de la sociedad colombiana, no estábamos –ni estamos– aún muy lejos de la pacatería de, por ejemplo, los regímenes integristas islámicos, en uno de los cuales, el iraní, la novela se publicó en 2007 bajo un título que, en farsi, equivalía a Memoria de mis tristes cariñitos. Qué farsi, digo, qué farsa, ¿no?).
Otros comentarios, de sectores también retrógrados, repudiaban la novela y exigían su censura bajo el cargo de que era una apología a la pedofilia (recuerden que trata sobre la relación entre un anciano de 90 años y una adolescente de 14, relación que, por otra parte, es más bien platónica). El retrogradismo no estaba en repudiar la relación de un adulto con una menor de edad, sino en repudiarla en una obra de ficción (que, además de ser sólo un espejo de la realidad, tiene derecho a imaginar los eventos que le dé la gana), así como en pedir la prohibición de un libro.
Un tercer tipo de comentarios, formulado por algunos críticos y literatos, reprobaba también Memoria de mis putas tristes por razones de estricta índole estética. Este punto ofrecía gradación: había desde quienes sólo señalaban que la novela no estaba a la altura de la calidad general de la obra de García Márquez, hasta quienes decían que era, sin más, un “bodrio”. En la primera categoría, figuró el novelista J. M. Coetzee, también premio Nobel, quien, en 2006, publicó un ensayo titulado “La bella durmiente”, en que dice: “Si se juzga según los criterios más elevados, Memoria de mis putas tristes no es un gran logro”. Pero luego realza la “valentía” del tratamiento que el libro da al tema de la pedofilia. Pero, en general, para mí, que le haya dedicado un análisis tan lleno de agudas observaciones humanas y literarias suscitadas por la novela es ya todo un reconocimiento.
@JoacoMattosOmar