Por más culos de botellas que les pusieran a las paredillas, los rateros siempre se las volaban para entrar al patio a robarse el pollo, las frutas, la ropa tendida al sol, los huevos del gallinero, o cualquier otra cosa que encontraran “fuera de lugar”.
Estos rateritos llevaban un saco de fique, que doblaban en cuatro y ponían sobre los vidrios de la paredilla para no cortarse.. El único que podía frustrar un robo, era el perro basto que reposaba a la sombra del palo de mango, se despertaba al menor ruido y correteaba al intruso por todo el patio.
Antes, había rateros especializados, como los que solo robaban limpiavidrios de carros, farolas y copas de las llantas, que antes se aseguraban con guayas de acero para evitar su robo, pero las cortaban fácilmente con un alicate y tenían el descaro de ofrecérselas luego a la víctima aduciendo que se las habían quitado a un ratero y eran “igualitas a las de su carro”..
Otros robaban cosas tan insignificantes como tapitas de gusanillos de las llantas, mientras los más avezados hurtaban radios de los carros, así estuvieran asegurados con platinas de acero y tornillos golosos.
Había también rateros de focos, que iban en parejas y se encaramaban uno sobre el otro para alcanzar los bombillos en sitios altos. Y los de matas, que madrugaban a robarse las flores y las plantas de begonia, coral, cayena o azucena, del antejardín.
Conocí una señora que desesperada porque le robaban las Isabel segundas de su patio, las aseguró con alambre de púas mimetizado y la despertó el grito que dio al puyarse, la “ratera honrada” que venía “en su carro” a las 5 de la mañana a robar matas del antejardín. Se la pilló in fraganti, y “santo remedio” pues se le acabó el robispicio.
Antonioacelia32@hotmail.com