Para aquellos que creemos que la forma de hacer política en el país es un desastre, lo ideal hubiera sido que en la primera vuelta el voto en blanco ganara o, al menos, se ubicara en el segundo o tercer puesto. Los resultados, donde lo que sobresalió fue la abstención, demuestran la falta de cultura política de este país que no identifica la diferencia entre no ejercer el derecho ciudadano y hacerlo demostrando su inconformismo. Es decir, votar en blanco. Pero se dio algo peor: la muestra de que se entiende por política vender el voto, como sucede en la Región Caribe y en otras partes del país. La verdad es que los colombianos tenemos que reconocer esta profunda debilidad de nuestra democracia, así nos sintamos orgullosos de tener supuestamente “la democracia más antigua de América Latina”.
Frente a esta realidad, es fundamental tener claro cuáles son las posibilidades que se presentan en la segunda vuelta que definirá el futuro de este país. El debate se ha centrado sobre la paz, y es tan fuerte este mensaje que el uribismo, tan crítico de las conversaciones de La Habana, ha empezado a ablandar su discurso. Sin embargo, cuando se le confronta sobre el tema, muestra sus dientes guerreristas. También hay que reconocer que sobre el tema de la paz el país vive hoy una gran confusión. Solo basta revisar las últimas declaraciones de Timochenko, que sale a apoyar el voto en blanco y a situar a Santos y a Zuluaga como igual de malos. ¡Quién diablos los entiende!
Por ello es fundamental entender las diferencias de los dos candidatos frente a la democracia. Para Uribe, el gran comandante de la campaña de Zuluaga, la democracia tiene un sentido muy particular. Para él, la oposición, elemento esencial de este tipo de organización política, es sinónimo de enemigo. Bajo ese entendido, las chuzadas son legítimas si las hace el Gobierno. Justifica el conteo de cuerpos –body count– como la medida de éxito de la Fuerza Pública, es decir los falsos positivos. Bajo su concepción de la política, el lenguaje violento es la norma y lo más grave, paz es guerra.
Por ello, es fundamental que el país reflexiones sobre si lo que desea es avanzar en una consolidación de nuestro imperfecto sistema democrático –donde los derechos son más un sueño que una realidad–, u optar por un régimen que desconoce los fundamentos de una sociedad en la que todos tienen cabida, independientemente del sexo, raza, ubicación geográfica, religión u orientación sexual.
Por lo anterior, lo que está en juego en las próximas elecciones es, no solo avanzar en un proceso de paz, sino consolidar o no la democracia colombiana. Y estas son palabras mayores. Por ello, para quienes votaremos por avanzar en este proceso que acabe con la historia de guerra reciente de este país y por ir avanzando en el perfeccionamiento de nuestra democracia, sería fundamental también leer que Santos está dispuesto a dar un viraje en temas donde no ha sido evidente su esfuerzo por hacer de esta una sociedad más incluyente, más justa y más equitativa.
Conocedores de la importancia que tienen las regiones, esperamos un gobierno mucho menos centralizado, un refuerzo significativo a la institucionalidad local y ningún apoyo a la política regional corrupta. Muchos de los que votarán por Santos porque tienen claro los peligros de la extrema derecha, esperan ser escuchados porque se requieren cambios de fondo. ¿Será demasiado pedir?
cecilia@cecilialopez.com