Resulta complicado, y más en medio de este desagradable y nauseabundo aroma electoral producto de unas campañas tan carentes de ideas como rebosantes de insultos, pretender motivar con esta columna el que el 25 de mayo cambiemos la comodidad de un domingo en casa por la incertidumbre de una fila para votar. Peor resulta el intento dentro de la apatía que produce la certeza de que el espacio para el debate se llenó de estiércol en medio de una pelea de yo con yo en el que nosotros no importamos mucho. Quítele el mucho. Sencillamente, no importamos.

Pero como se trata precisamente de que importemos, lo primero es que nos importe : pretender ahora registrar el descubrimiento del agua tibia con referencias a la larga historia de clientelismo, corrupción, buses llenos de tamales y botellas de ron, tejas, bolsas de cemento, camionetas blindadas con tulas repletas de billetes de 50, muertos sufragando, bolsas de cédulas retenidas en comandos, tajadas, mermelada y promesas de puestos decorosos que ha caracterizado el ‘oloroso’ ejercicio de la política en Colombia es poco menos que ingenuo. La justa proporción de la corrupción a la que hizo mención un ilustre expresidente define muy bien de lo que se trata esto. Pero que así sea no implica que tenga que seguir siendo.

Acostumbrados y adormecidos por un reiterado discurso basado en la queja por lo malo que es, dejamos en manos de una minoría la legitimidad y la calidad del ejercicio electoral. Implantada la idea de que no hay forma de cambiar lo que pasa, son los directos interesados en que todo siga igual los que se apoderaron del proceso. Nombres y colores distintos para las mismas caras. A ellos nos les conviene que nos demos cuenta de que el voto, bien usado, vale.

Cada ejercicio electoral trae consigo una ventana de oportunidades, y aunque la abstención es una de ellas, cierto es que no sirve para nada. Lo que sirve es salir a ejercer libremente y a conciencia el derecho a votar por quien represente lo que cada uno considera es el deber ser. De ese candidato debemos tener claro que es un ser humano, que como ser humano está lleno de imperfecciones, y que si le damos el voto es para acompañarlo en el proceso y no dejarlo solo. Votar es el inicio de un camino en el que se confía a la vez que se exige responder a la confianza; y solo puede exigir el que es capaz de dar.

Por eso, vamos por fin a darnos cuenta. Sin bus y sin teja, y muy lejos del cliché, salir a votar debe ser una gran fiesta en la que se reivindique la libertad, se justifique la opinión, y se le otorguen chances a la esperanza. Votar para no botar una nueva oportunidad de reconstruirnos.

Y vote usted por quien quiera, que yo igual votaré por quien yo quiera. El asunto es hacerlo. Que quien resulte ganador sepa que representa a una democracia cuya solidez no está en instituciones cada vez más frágiles o leyes cada vez más anacrónicas. La solidez de la democracia se basa en la calidad de los ciudadanos a los que arropa. Un ciudadano vota y no espera que lo boten. El 25 tenemos otro chance.

PD : ¿Será que el Congreso que viene incluye en su agenda una actualizada, concertada y pertinente Ley de Televisión?

Alfredo Sabbagh F.

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