Sé que están desanimados por los resultados. La esperanza de todos, incluyendo aquellos que observábamos activamente desde las tribunas, era que el Congreso tuviera una magnífica renovación.

Pero nos quedamos esperando. De nuevo, los mismos con las mismas.

Los mismos representantes y senadores que van a calentar la silla o a esperar que los llame el jefe de la coalición para armar las componendas. Los mismos abstencionistas que prefirieron buscar el sol de la playa el día que la Patria los convocó. Los mismos candidatos frustrados –ustedes- porque no pudieron derrotar las maquinarias.

No era fácil. Lo sabían desde el comienzo. Competir contra la compra y venta de votos vergonzante que se dio durante este debate, hacía improbable el proyecto. Votos a 170 mil pesos, como los que se pagaron en Soledad, no dejaban muchas opciones. Batallar con las traiciones, inclusive de allegados que se guarecían bajo el árbol que daba más sombra, hacía de esto una aventura riesgosa.

Pero insistieron. Hicieron una campaña limpia. Sin negocios. Sin promesas que no pudieran cumplir. Sin alianzas sospechosas. Sin ferias de dinero.

Hasta el último momento clamaron por los votos de opinión, que al fin de cuentas, siguen siendo la esperanza de los que no aceitan la elección ni untan el pan de sus ideas con mermelada de los gobiernos.

Nos quedamos esperando esos votos. Ustedes, en la apuesta legítima por llegar al Parlamento a hacer las leyes que necesitamos, y el resto, en la esperanza genuina de que lo lograrán.

Algún día los abstencionistas se darán cuenta del daño que se hacen. La culpa es todita de ellos. Mientras se sigan escondiendo, otros decidirán por todos. Como los otros pocos del domingo, que a la postre repitieron el mito de la caverna de Platón. Les dijeron que votar por aquellos implicaba seguir viviendo en un mundo de sombras, pero optaron por la sombra.

Ellos son los que deben sentirse mal.

Ustedes, en cambio, tienen nuestra gratitud enorme por hacernos ver otros caminos, por mostrarnos que la política solo se justifica en la medida en que se hace para la gente, y por avivar la ilusión de que otro país era posible.

Eran demasiado buenos para esta práctica política. Químicamente no estaban aptos para entrar en este juego.

Es verdad. Les duele ver los rostros de los hijos que le metieron el hombro a la campaña de papá y de los amigos que hicieron causa común. Lo que faltó en dádivas para convocar a las masas esclavas, sobró en compromiso y cariños por estos lados.

Pero que la frustración sea solo por la desilusión de ellos. Nunca es un error querer cambiar la costumbres que causan daño. Si declinan renuncian a su esencia y ustedes, que se conocen bien, saben que ello químicamente tampoco es posible.

Aquí hay un traspiés en el propósito de mostrar valores. Todos lo sufrimos. Pero no hablemos de derrota definitivas. Ni siquiera en medio del fragor del triunfo de la caterva que pronto irá a hacer la siesta al Capitolio.

Porque el día que las mujeres y hombres buenos, como ustedes, renuncien a sus sueños, ese día morirá la esperanza.

amartinez@uninorte.edu.co

@AlbertoMtinezM