No hay que ser brujo ni tener bola de cristal para saber que Santos seguirá un cuatrienio más como inquilino del Palacio de Nariño. Ganará por W, como en aquellos campeonatos de fútbol de barrio en los que el equipo rival se presentaba incompleto o, simplemente, no iba al encuentro. En efecto, Santos ganará –no por mucho merecerlo– sino porque sus contendores causan un tedio mayor al que el propio presidente genera.
Solo basta oír a Óscar Iván Zuluaga (Uribe Centro Democrático) –segundo en intención de voto–, para sentir un adormecimiento general del cuerpo y la mente que tras dos minutos de charla noquea al más despierto. Sus entrevistas radiales son un potente somnífero que deberían ser incluidas obligatoriamente en el POS como remedio para los que sufren de insomnio. En contraste, sus entrevistas televisivas parecen una parodia de un filme de horror, tipo Scary Movie (una película de miedo), pues su cara de conde Drácula asusta a los niños y hace reír a los grandes.
Clara López (Polo Democrático), mujer académica, preparada y abanderada de las causas sociales, hasta el momento no despierta mayor interés en los electores. Su candidatura sufrió un fuerte golpe tras la vinculación de su esposo, el exconcejal de Bogotá Carlos Romero, al escándalo del ‘carrusel de la contratación’. La frase lapidaria a esta opción presidencial la escribió la analista Claudia López, semanas atrás: “Nada más patético que ver a Carlos Romero, clientelista de dudosa reputación, esconderse bajo las faldas de Clara López y a ella amparándolo”.
Aunque los otros partidos no han definido sus candidatos (Alianza Verde, Conservatismo) y la renacida Unión Patriótica postula a Aída Abella –quien tras 17 años de exilio no es conocida en el país–, ninguna de estas tres opciones tiene nada que hacer: sus posibles nombres (Antonio Navarro, Enrique Peñalosa, Pablo Victoria y la desconocida señora Abella) registran menos del 7% en una eventual primera vuelta.
En este sentido, hoy mantiene vigencia lo que expresé en este mismo espacio en abril de 2012, en una columna titulada “El camino a la reelección”, cuando afirmé que Santos tenía el camino despejado para reelegirse por cuanto, en pocas palabras, no tenía rivales de peso, bien porque a varios de ellos los incorporó a su gobierno (Germán Vargas Lleras y Rafael Pardo, entre otros) o bien porque potenciales contrincantes fueron elegidos para otros cargos (Gustavo Petro, Sergio Fajardo y Aníbal Gaviria).
Así las cosas, con la reelección en el bolsillo, cabe pedirle al presidente que en lo que queda de este mandato y en los cuatro años del segundo, se ponga al día con varias deudas pendientes con los colombianos: la primera de todas es la promesa hecha en campaña y rota en la primera reforma tributaria de no aumentar los impuestos. Ciertamente, Santos no solo aumentó las tarifas de los impuestos existentes sino que creó nuevos. Por ello, no es gratis que un reciente informe del Banco Mundial haya calificado a Colombia como el país con la tercera tasa de tributos más alta de América Latina, después de Argentina y Bolivia, países cuyos regímenes siguen el modelo castrochavista.
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