Con un grupo de dirigentes políticos, en los años 70, viajamos a la desaparecida Unión Soviética. Después de muchas vueltas y entrevistas tuvimos una reunión con el ministro de Planificación, responsable en términos económicos de esa inmensa nación.

A uno de los compañeros, que era bastante arribista, le molestó sobremanera, desde que llegamos, que el ciudadano soviético no tuviera acceso a un automóvil propio. Después de una larga intervención del ministro, nuestro compañero le preguntó por qué en la URSS las personas que aspiraban a un auto tenían que inscribirse, esperar de 10 a 15 años, y se lo entregaban si realmente podía demostrar que era necesario.

El ministro se molestó por la pregunta tan basta, y, tras afirmar que en la Unión Soviética el servicio público era excelente (y realmente lo era), nos dijo que el número de autos que producían anualmente sus cinco fábricas se determinaba por la disponibilidad de petróleo, los kilómetros de vías construidos, y su rol dentro de la actividad social y económica; siempre resaltando que el capitalismo occidental pensaba en el lucro y no en el bienestar de las personas.

Actualmente el automóvil —esa celda de metal y vidrio donde pasamos una parte de nuestras vidas—, junto con darnos comodidad, simboliza el ideal de la clase media moderna; y el sistema financiero está haciendo realidad esos sueños en muchas personas.

En nuestro país, con $4 millones de cuota inicial y con $300 mil mensuales, Ud. puede estrenar un auto propio, y adquirirá una deuda que le durará mucho más que el vehículo nuevo. Como dijo el ministro soviético, al capitalismo solo le interesa vender autos, pero hoy existen tantos que se han vuelto un problema para las ciudades.

El haber privilegiado el interés particular, por la comodidad que da tener carro propio, y la dificultad del Gobierno de brindar una alternativa de transporte masivo eficiente, han llenado de coches las ciudades, aumentando los costos de transacción y reduciendo el bienestar de su población.

El caso estadounidense ha demostrado que la solución no es hacer vías más anchas, pues en ciudades como Houston las hay de hasta ocho carriles, y el problema no aminora. Hoy, la empresa japonesa Hitachi y la española Telefónica piensan las ciudades inteligentes, en términos urbanos, como aquellas que usan la tecnología informática para hacer más eficiente la interacción con la infraestructura vial.

Debemos pensar en una ‘movilidad inteligente’ que permita realizar una relación ‘gana-gana’, donde se conserve el equilibrio entre los beneficios a las personas —el confort que queremos— y los beneficios para la sociedad: la seguridad, la funcionalidad y la movilidad necesaria, por parte del Gobierno. Es un concepto que podía presentarse como ‘equilibrado y duradero’.

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