Curiosa, por no decir dramática y patética, la caricatura aparecida en la edición del sábado 14 de septiembre en El Tiempo, titulada “Son poquitos los que lo hacen”. El texto dice: “Registrador aseguró que los muertos ya no votan en Colombia”, y el hombre de la caricatura, de una pareja sentada en una banca, le dice a su mujer: “Y viendo las cifras del abstencionismo, los vivos tampoco”.
¿Habrá algo más cercano a la realidad de nuestra precaria democracia participativa?
La verdad es que por mucho que se ha tratado, no se le ha podido torcer el pescuezo a esa perversa tendencia nacional de que en las elecciones son unas minorías las que eligen y a las grandes mayorías silenciosas nadie las motiva a movilizarse para votar a conciencia el día de los comicios. A pesar de que de acuerdo a las estadísticas ha crecido la clase media, que es la que más debe exigir, esta, a la luz de las cifras, no pesa al momento de elegir. La abstención sigue ganando la mayoría de las elecciones en Colombia.
Ni que hablar de las atípicas. Acaban de celebrarse recientemente en el país unas cuantas de ellas para remplazar a varios mandatarios del orden territorial por diferentes motivos. Medios y analistas se han interesado en comentar la enorme abstención en casi todas ellas. En un artículo de la revista Semana se observa que en 95 de estas, los promedios de abstención son enormes. Los ganadores lo hicieron con un promedio de 13,8 % del potencial electoral de sus respectivos territorios. Sí, entendible lo de coyuntural y lo de atípicas, pero estas características no se alejan mucho de las de las elecciones normales.
Volviendo a lo de las clases medias, a veces no se sabe con certeza qué es lo que pasa con eso que los politólogos llaman la Franja. A ese rango de los habitantes de una comunidad pertenecen individuos o grupos familiares cuyos ingresos totales los ubican en una estratificación socio-económica tal que les exige ir buscando para sus hijos mejores estándares de educación y de movilidad social y cultural. Por eso no se entiende cómo a la hora de decidir quiénes les van a gobernar no se animan y prefieren muchos quedarse en casa a ver qué pasa y otros salen ese día a veranear so pretexto de alejarse de esa farsa que llaman elecciones.
Algunos dicen que los políticos y los que sin serlo aspiran a ser elegidos, no se conectan con esos ciudadanos y que no interpretan sus necesidades y sus aspiraciones , pero otros analistas también les achacan a estos últimos falta de interés en lo público, desgano por participar en asuntos de la comunidad y hasta cierto desdén para exigir de los candidatos propuestas serias y el cumplimiento de ellas cuando salen elegidos.
Es un círculo vicioso que parece no tener solución. Claro que la tiene. Si todos los ciudadanos habilitados para votar toman en serio lo que significa el oportunidad que le da la ley de poder elegir y ser elegido. Cuando los ciudadanos de bien que son los más, en vez de botar su conciencia votan a conciencia, utilizan bien y cabalmente ese sagrado derecho, pueden elegir a quienes creen que le pueden servir mejor y se habilitan para una mejor participación en la vida de su comunidad. Pero una participación real y efectiva, no una signada por anteponer intereses particulares. Así como la política mal ejercida se puede transformar en politiqueria, la participación mal entendida y mal practicada se puede volver participeria. No se sabe qué es peor.
Se acercan ya las elecciones para Congreso, es la oportunidad de los electores de poner a prueba su capacidad de discernir y de elegir bien.
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